lunes, 30 de septiembre de 2013

Adverbios adjetivales

Como sabemos, en la lengua cada tipo de palabra cumple una función determinada, y muchos de los errores que cometemos con frecuencia ocurren porque otorgamos a alguna palabra una función que no le corresponde. Los adverbios, por ejemplo, son palabras que modifican a los verbos; los adjetivos, en cambio, modifican a los nombres. Sin embargo, en ciertas ocasiones, algunos vocablos cambian su función original para cumplir otra, esto sucede con los adverbios adjetivales. Este tipo de adverbios son adjetivos que han variado su función para modificar a un verbo. No obstante, la cuestión no es tan simple: como al adjetivo se ha cambiado al bando de los adverbios debe cumplir ciertas ‘penalizaciones’ para poder asumir sin problemas su nuevo lugar. A continuación, veremos algunos ejemplos.

En primer lugar, para convertirse en adverbios, estos adjetivos deben dejar de lado cualquier flexión de género o de número. Veamos el ejemplo del adjetivo ‘rápido’ convertido en adverbio (adverbio adjetival). Lo correcto es decir: ‘Las yeguas corren rápido’. No podemos escribir que ‘corren rápidas’. Aquí vemos que rápido acompaña al verbo correr, y deja de funcionar, por tanto, como un adjetivo que da una característica a un nombre (no modifica a las yeguas). En estos casos se puede optar por el adverbio terminado en –mente, por eso este tipo de adverbios también tienen el nombre de ‘adverbios cortos’. Podemos decir: ‘Las yeguas corren rápidamente’, sin embargo, no constituye un error utilizar el adverbio adjetival, siempre y cuando este carezca de flexiones de tiempo y de género.

Otra cuestión que debe tomarse en cuenta en relación con los adverbios adjetivales es que, al ser adverbios, deben estar estrechamente unidos al verbo. Para esto utilizaré el ejemplo del párrafo anterior. No es correcto decir: ‘Corren las yeguas rápido’, pues en este caso el adverbio rápido está alejado del verbo y existe una construcción forzada. También es recomendable que siempre se escriba en primer lugar el verbo, es decir, se prefiere ‘corren rápido’ que ‘rápido corren’. Por otro lado, existen ciertas construcciones marcadas en las que utilizamos cotidianamente los adverbios adjetivales junto a determinados verbos. Es el caso de ‘hilar fino’, ‘hablar claro’, ‘apuntar alto’, ‘jugar limpio’, ‘comer sano’, ‘caer bajo’, etc.


Para concluir, hay que tomar en cuenta que los adverbios adjetivales no siempre pueden alternar con adverbios terminados en –mente (no decimos ‘apuntar altamente’) ni todos los adjetivos pueden utilizarse como adverbios (no es correcto decir: ‘Se miraron fijo a los ojos’, lo correcto es ‘se miraron fijamente’). Como vemos, es interesante cómo las palabras pueden cambiar de función en el español, sin embargo, siempre hay que anteponer el sentido común si queremos jugar con ellas y poner mucha atención en los usos correctos.

Pueden encontrar esta columna en la edición de Cartón Piedra

La lengua de señas ecuatoriana

Como veíamos respecto del Diccionario de Uso del Español de María Moliner, escribir un diccionario no es tarea fácil, pero es una de las tareas más encomiables que existen, pues el diccionario es ese texto que guarda la memoria y la cultura de una sociedad o de un grupo. Hace un año, la Federación de Personas Sordas del Ecuador (Fenasec) publicó su primer Diccionario Oficial de Lengua de Señas Ecuatoriana, con el objetivo de dar a conocer la lengua de señas y hacer visible a la comunidad sorda, con su cultura y sus particularidades.

El Diccionario Oficial de Lengua de Señas Ecuatoriana es una obra impresionante, no solo por su volumen (4 000 señas definidas y anexos, en dos tomos de casi 700 páginas cada uno), sino por el hito que constituye para la comunidad sorda, pues han sido muy pocos los trabajos de investigación que se han hecho en relación con la lengua de señas. Esta lengua, como todas las lenguas naturales, tiene elementos fonológicos, morfológicos, sintácticos, semánticos y pragmáticos. Se trata de una lengua viso-espacial y tridimensional: en ella las manos, el rostro y las expresiones funcionan como la ‘voz’ de las lenguas parlantes, y la vista, como los oídos.

Además, esta lengua, como todas, cuenta con variantes. Esa es otra de las razones por las que la Fenasec emprendió la investigación y publicación de su diccionario: la lengua de señas ecuatoriana no es igual a las otras lenguas de señas del mundo. De hecho, la lengua de señas de cada región del país tiene sus particularidades; por ejemplo, la seña correspondiente a  ‘arroz’ es distinta en la Costa y en la Sierra. Para salvar estas dificultades, la Fenasec, en la etapa de investigación, reunió a miembros de asociaciones de sordos adscritas a la Federación y formó el Comité de Lengua de Señas. En este Comité se unificaron criterios y se determinaron las señas que debían constar en el diccionario. Esta etapa fue también muy interesante porque permitió a las personas sordas que conformaron el equipo pensar acerca de su lengua y buscar, además, muchas señas para nuevas realidades, como las de la tecnología.


Sin duda alguna el Diccionario Oficial de Lengua de Señas Ecuatoriana es un paso importantísimo para la comunidad sorda del país, pues condensa su memoria y su cultura. Obviamente, no es suficiente conocer las señas para dominar esta lengua, pues hace falta saber otros aspectos lingüísticos. Sin embargo, la publicación de este documento seguramente dará pie a que los lingüistas se interesen en ella y estudien la variante ecuatoriana de esta lengua como cualquier otra, y surjan estudios académicos que hagan mucho más visible a la comunidad sorda, con su lengua y su cultura.

Inclusión en la exclusión

Como ya revisamos en alguna columna anterior, el español, pese a lo que muchos opinan, no es un idioma sexista. Así, el hecho de que el masculino sea el género marcado no responde a una intención de ‘invisibilizar’ a las mujeres sino a una situación histórica de la lengua. Sin embargo, hay muchas ocasiones en que las mismas construcciones semánticas pueden ser excluyentes, sin intención de serlo. En esta ocasión, veremos algunas alternativas que podemos usar para evitar situaciones lingüísticas que puedan prestarse a confusión en el caso de los comparativos y superlativos.

En primer lugar, tomemos en cuenta que hay varios sustantivos en el español que son comunes en cuanto al género, esto quiere decir que no varían si su referente es masculino o femenino, sino que lo que marca la diferencia es el género del artículo o del adjetivo que los califica. Tomemos como ejemplo la palabra terapeuta; en este caso podemos decir que María es una excelente terapeuta o que Carlos es un excelente terapeuta. Aquí vemos cómo el género de la palabra terapeuta está marcado por el nombre propio y  por el artículo (una y un).

No obstante, el problema puede darse cuando queremos indicar que María es mejor que todos los terapeutas de la clínica. Si decimos ‘María es la mejor terapeuta de la clínica’, puede parecer que ella es la mejor solo entre las de su género. Sin embargo,  si afirmamos que ‘María es el mejor terapeuta de la clínica’, para indicar que en la clínica no hay nadie mejor que ella, estamos recurriendo a una construcción forzada, pues no se puede afirmar que un femenino (María) es un masculino (el mejor terapeuta). Definitivamente, primera oración, aunque es menos forzada, puede parecer excluyente.
Hay algunas opciones a las que podemos recurrir en estos casos para que las frases no resulten ni excluyentes (aunque no quieran serlo) ni forzadas. Una opción puede ser reemplazar el adjetivo mejor por construcciones como ‘es la más (adj.) de’, por ejemplo: ‘María es la más eficiente de los terapeutas de la clínica’. Asimismo, es posible utilizar la construcción ‘es la mejor de todos’, de esta manera: ‘María es la mejor de todos los terapeutas de la clínica’. O podemos también cambiar el orden de la oración: ‘De todos los terapeutas de la clínica, María es la mejor’. En estos casos vemos cómo queda claro que no hay nadie mejor que María.


Como vemos, hay maneras sintácticamente correctas de resaltar el valor de las mujeres dentro de una oración, sin tener que recurrir a construcciones forzadas y complicadas, solo es cuestión de jugar con el lenguaje (eso sí, para jugar con él es importante conocerlo bien). Para terminar, sobre este tema, el Instituto Cervantes publicó en 2011, el libro Guía de comunicación no sexista, que presenta varias pautas para que el uso del español no refleje situaciones de discriminación hacia las mujeres. Es realmente un libro muy interesante y muy recomendable.

La proeza de escribir un diccionario


Escribir un diccionario no es una tarea fácil: se requiere de una infatigable investigación, meticulosidad, un profundo conocimiento del idioma, tiempo y muchísimo más. El diccionario tiene, además, esa capacidad casi mágica de hacer existir a las palabras. Muchos de nosotros, seguramente, hemos rechazado usar alguna palabra por el simple hecho de que no está registrada en el Diccionario de la Real Academia Española (el DRAE, el diccionario del español por antonomasia). De hecho, toda casa o institución que se precie de ‘culta’ debe tener al menos un diccionario en su biblioteca. El diccionario, en definitiva, es esa obra portentosa que nos sirve para guardar la memoria y afianzar nuestro sentido de comunidad gracias a la existencia de las palabras. 

Como ya mencioné, escribir un diccionario no es tarea fácil, pues además se requiere de un equipo considerable que participe en todos los aspectos de la tarea lexicográfica, desde la investigación de las bases de datos y los usos, hasta la elaboración de la planta (el documento donde se registran todos los aspectos del diccionario). Sin embargo, hace más de 50 años, hubo una mujer que emprendió sola la tarea de escribir un diccionario del español: María Moliner.  Y lo hizo sin la ayuda tecnológica con la que ahora contamos.

Esta mujer española estuvo siempre muy interesada en el uso del español, fue filóloga y bibliotecaria, y durante muchos años registró en varias fichas los diversos usos de las palabras. En un principio, ingenuamente, se propuso la tarea de elaborar un diccionario del uso del español en ‘dos añitos’, sin embargo, la tarea le llevó tres lustros, hasta que entre 1966 y 1967 se publicó la primera edición del Diccionario del Uso del Español (DUE). Este diccionario es todavía hoy una referencia del español, y fue ideado por Moliner como un diccionario descriptivo y no normativo como el DRAE. Como su nombre lo indica, en él se registran los usos de las palabras, las familias de estas, además de numerosas anotaciones etimológicas y usuales; es un diccionario que permite acercarse a los hispanohablantes a su identidad como miembros de una comunidad, como portadores de una memoria.


Cuando Moliner terminó su diccionario fue presentada como candidata para ser la primera mujer que ocupara un sillón en la Real Academia Española; pero, curiosamente,  su candidatura fue rechazada porque no tenía suficientes publicaciones a su haber, como si escribir un diccionario por cuenta propia durante quince años fuera una tarea que se emprende todos los días. Definitivamente, María Moliner fue una de aquellas mujeres que representa un hito, no solo por el hecho de escribir un diccionario sin un equipo de colaboradores, sino porque esta obra (y su vida) es un gran referente, no solo lexicográfico, sino  de cómo se puede conseguir una meta alejada de toda norma y de toda institución, sino solo por amor al lenguaje.

Consejos para evitar el plagio

Cuando hablé  sobre la argumentación, surgió también el tema del plagio. Este es un asunto muy preocupante en todos los niveles, que se deriva, por supuesto, de la poca capacidad de argumentación. Sin embargo, se ha convertido en una práctica muy extendida, a la que han apoyado inevitablemente los avances tecnológicos. Ahora, con un clic, es posible acceder a una cantidad abrumadora de información, que se convierte en un arma de doble filo que nos puede servir para enriquecer el conocimiento o para alimentar la vagancia. Hoy no pretendo descubrir el agua tibia, pero sí dar algunas pautas que nos pueden servir para evitar el plagio.

La primera es muy obvia: investigar metodológicamente. Mientras más investiguemos sobre un tema, es más fácil obtener un argumento adecuado y ubicar correctamente a nuestras fuentes. Claro que esta investigación debe tener una metodología, por ejemplo, debemos acostumbrarnos a buscar las citas adecuadas que nos sirvan para demostrar nuestro punto de vista, y no sacar de contexto estas citas. Esta investigación nos lleva al siguiente punto: contrastar a las fuentes. Si somos capaces de establecer un diálogo entre textos y autores, es menos probable que cometamos plagio, pues ese diálogo nos obliga a citar a las fuentes.

Otra pauta obvia, que de tan obvia se pasa por alto es la de citar a las fuentes. Debemos citar (textualmente o como paráfrasis) a las fuentes de toda aquella información que no hubiéramos obtenido si no hubiéramos investigado. Hay cuestiones que no necesitan de citas, como fechas históricas o hechos de conocimiento público, pero hay otras, la mayoría, que necesitan obligatoriamente una referencia. Si tenemos duda acerca de si citar la fuente de un dato o no hacerlo porque el conocimiento nos parece obvio, es preferible citar. Para citar hay que seguir siempre un formato, la mayoría de ellos obligan a citar a la fuente con una referencia entre paréntesis, otros usan los pies de página, pero siempre debemos seguir un formato.

La última pauta tiene que ver con el sentido común y la honestidad académica. En este sentido, es indispensable recordar que el plagio es un delito y que no podemos robarnos las ideas de otros, aunque sepamos que nadie se va a dar cuenta. Otra forma muy común de plagio es el autoplagio; en este caso, se toman textos e ideas que ya hemos publicado con anterioridad y se las hace pasar como nuevas. Aunque el autor sea uno mismo, este tipo de plagio también constituye una falta de honestidad, pues las ideas que no son nuevas deben citarse siempre.


En realidad este tema es bastante polémico, pues muchas veces no quedan claras las fronteras entre lo que es plagio o no, pero lo repito: si no estamos seguros, no perdemos nada con citar hasta a la fuente más obvia, pues recordemos que el plagio es una falta grave que puede costarnos un trabajo, una carrera y mucho más.

Tiempos pretéritos

Los tiempos verbales siempre han sido una especie de ‘cuco’ para los estudiantes. Recuerdo que algunos de los momentos más terroríficos en la secundaria eran las pruebas orales de conjugación. La profesora nos llamaba al frente y nos pedía que conjugáramos un verbo en algún tiempo cuyo nombre  era extraño, larguísimo y aterrador. Y casi siempre reprobábamos, a menos que nos pidiera conjugar un verbo en presente (algo que rara vez sucedía). Con el tiempo y el estudio ese temor fue pasando, aunque confieso que todavía me resulta complicado recordar los nombres de todos los tiempos; sin embargo, la buena noticia es que no es tan importante conocer su nombre como conocer sus usos y sus maneras de relacionarse.

Una duda que siempre surge al hablar de los tiempos verbales tiene que ver con los pretéritos (o pasados), sobre todo con el pretérito imperfecto y el pretérito indefinido (también llamado perfecto o simplemente pretérito). ¿Cuál es la diferencia entre ‘hablaba’ o ‘hablé’?  ¿Se usan de la misma manera para referirnos al pasado? En realidad la diferencia entre ambos radica en el tiempo en el que se ubica la acción.

En el caso de los tiempos perfectos, la acción concluye en cuanto esta ocurre (‘Hablé con el rector’), mientras en el caso de los imperfectos, la acción no concluye inmediatamente (‘Hablaba con el rector a menudo’). Podemos ver la diferencia en esta oración: ‘Tú llegaste cuando yo conversaba con el rector sobre tu caso’. En este ejemplo, el verbo perfecto, llegaste, expresa una acción terminada, que ocurre en un momento preciso. En cambio, el verbo imperfecto, analizaba, es una acción inconclusa, no sabemos cuándo empieza ni cuándo acaba. Álex Grijelmo, en su libro La gramática descomplicada, llama al pretérito imperfecto un ‘pretérito de durante’, pues acota que no son relevantes ni el comienzo ni el final de la acción, sino el transcurso de ella.

Grijelmo señala también otras funciones del pretérito imperfecto. En primer lugar, menciona la función de cortesía. En este caso, para suavizar la petición se usa el pretérito imperfecto en lugar del presente, por ejemplo: ‘Quería pedirte un favor’.  Sin embargo, aunque el uso sea adecuado, en este caso damos la impresión de que no se desea lo que se desea (quería pedirte un favor, pero ahora ya no quiero).  Otra función es la del imperfecto de error, en la cual encontramos una suposición que estaba equivocada, por ejemplo: ‘¿No eras tú el que escribió la carta?’. Aquí vemos que el verbo nos indica cierta inseguridad.


Recordar el uso de los verbos, aunque nos remonte al terror de las pruebas orales de conjugación, es muy útil para entender cuándo ocurren y cuánto duran las acciones, y nos da cierto poder para manejar el tiempo a nuestro antojo.

Subordinación de modos

Muchas veces hemos escuchado (o dicho) frases como: ‘No me afecta lo que dice, sino cómo lo dice’, y es ese ‘cómo’ lo que determina la afectación. En el caso de los verbos sucede lo mismo, ese ‘cómo verbal’ se conoce como modo. El modo en que está expresado un verbo nos indica si lo que sucede es real o imaginado; si estamos dando una orden, expresando un deseo o llevando a cabo una acción. Los modos verbales del español son tres: indicativo, subjuntivo e imperativo. El indicativo es el modo de lo real: ‘Salen a las tres’. El subjuntivo es el modo de lo deseado: ‘Ojalá salieran a las tres’. El imperativo, en cambio, se usa para dar una orden: ‘Salgan a las tres’.  Como vemos, no es complicado diferenciar entre estos modos, pero lo que sí puede resultar difícil es la manera de combinar el indicativo y el subjuntivo en oraciones subordinadas de relativo. De eso hablaré en la columna de hoy.

En primer lugar, recordemos que estas oraciones subordinadas se construyen con pronombres  relativos (que, quien, cual y cuyo). Cuando las construimos no siempre es necesario que uno de los verbos esté indicativo y el otro en subjuntivo. Si el grupo nominal al que precede el pronombre relativo tiene un verbo en indicativo, nos referimos a algo específico: ‘Quiero el jugo que está helado’. Si el verbo está en subjuntivo, la referencia no es específica: ‘Quiero un jugo que esté helado’. En el primer caso, vemos cómo el hablante se refiere a un jugo determinado, mientras en el segundo caso se refiere a un jugo cualquiera, siempre y cuando cumpla la condición que se exige.

La Gramática de la RAE indica que el modo subordinado puede ser dependiente o independiente. Si es dependiente, necesita de ‘inductores’ como quizá, ojalá, con tal de que, etc. Si es independiente no necesita de un inductor, por ejemplo: ‘Quisiera tomar un jugo’. En cuanto a la dependencia y la obligatoriedad de modos, la RAE especifica tres casos: en primer lugar cuando el subjuntivo es dependiente y obligatorio, es decir no podemos alternar con el indicativo. Por ejemplo: ‘Quiero un jugo que esté helado’. En este caso, no es posible decir ‘Quiero un jugo que está helado’, pues el subjuntivo es obligatorio.


Otro caso tiene que ver con el subjuntivo dependiente y no obligatorio: ‘Busco un jugo que está (esté) helado’. Aquí, se puede recurrir al indicativo o al subjuntivo, dependiendo de si el referente es específico o no. Por último, tenemos el caso del indicativo obligatorio y dependiente: ‘Tomé un jugo que estuvo helado’. Sería incorrecto usar el subjuntivo en esta oración (‘Tomé un jugo que estuviera helado’). Aunque parece complicado, la buena noticia es que el dios de las palabras siempre nos envía señales para saber cuándo está bien usado un modo y cuándo no, solo es cuestión de poner atención.

Todo a su tiempo (y a su modo)

Como sabemos, el tiempo de lo actual, de lo que sucede, es el presente. El pasado se refiere a todo aquello que fue y que terminó en un momento determinado. El futuro, en cambio, es lo esperado, lo deseado. Además, en cuanto a los modos verbales, como vimos en la columna anterior, el indicativo es el modo de lo real y de lo específico; es un modo que siempre funciona de manera independiente, no necesita de inductores ni de otro modo que rija su acción: Alguien es, fue o será feliz; no hay manera de perderse en los laberintos del tiempo. El subjuntivo, en cambio, por ser el modo de lo hipotético o de las posibilidades, generalmente necesita estar regido por otro modo (el indicativo) o inducido por algún elemento. Es imposible decir: Alguien sea, fuerafuere feliz, pues siempre nos hará falta ‘algo’ que complemente la oración. Las cosas cambian si decimos: ‘Que seas feliz’ o ‘Quería que fueras feliz’. Una vez que hemos recordado esto, revisemos algunas cuestiones que tienen que ver con la relación que se establece entre el indicativo y el subjuntivo en los tiempos verbales.

En primer lugar, tomemos en cuenta que cuando combinamos dos modos en una oración, los tiempos verbales deben ‘calzar’ correctamente. Un error muy común es mezclar el pasado de indicativo con el presente de subjuntivo, por ejemplo: ‘Te pedí que esperes en el parque, pero no esperaste’. En este caso, la acción se agota en el pasado, por lo tanto, el verbo ‘esperes’ no corresponde a lo correcto. Lo adecuado es ‘Te pedí que esperaras en el parque...’. Veamos otro ejemplo incorrecto: ‘Antes de salir del auto, verificó que nadie lo haya seguido’. Aquí  tampoco podemos utilizar el presente ‘haya’ si hablamos de una acción pasada, lo correcto es ‘Verificó que nadie lo hubiera seguido’. Para no cometer el error, recordemos que es necesario dejar el pasado en el pasado (como si se tratara de una reconciliación de novios).



En cuanto al presente, no solemos cometer errores al alternar los modos. No es posible decir: ‘Espero que vendrías’ o ‘Espero que vinieras’, sabemos, por simple deducción, que lo correcto es ‘Espero que vengas’. En ocasiones es necesario alternar el presente con el pasado, por ejemplo: ‘Me parece muy mal que actuaras como lo hiciste’. En este caso la relación es clara: en el presente opino sobre algo que sucedió en el pasado. En el caso del futuro, en cambio, se da un fenómeno interesante, el futuro de subjuntivo y el presente de indicativo se llevan muy bien: ‘Saldré apenas me llames’. El pasado, en cambio, no ‘calza’ con el futuro, pues no es correcto decir: ‘Saldré apenas me llamaras’. Como vemos, todo es cuestión de lógica y de permitir que los tiempos y los modos se correspondan adecuadamente, el resto solo es cuestión de práctica.

Condicionales

En columnas anteriores hemos revisado las maneras correctas en que los modos verbales indicativo y subjuntivo se correlacionan en el tiempo. Hoy veremos otro tipo de relación: la que se da en las oraciones condicionales. Para empezar, toda oración condicional tiene dos partes, que se conocen en gramática como prótasis y apódosis; estas no son más que la parte de la oración que indica lo supuesto, generalmente introducida por la conjunción ‘si’ (prótasis),  y la parte que indica aquello que resulta de este supuesto (apódosis). Por ejemplo: ‘Si te portas bien (prótasis), te compro un helado (apódosis)’. Ahora que ya conocemos las partes de una oración condicional, daremos un vistazo a los tipos, y las relaciones de modos que deben establecerse en ellas.

En primer lugar, existen tres tipos de períodos en las oraciones condicionales: el real, el potencial y el irreal. El período real expresa lo que seguramente va a suceder o alguna promesa, y se construye siempre con el indicativo. Por ejemplo: ‘Si tomas café por la noche, no podrás dormir’ (presente-futuro), ‘Si me dices tus datos, te entrego el documento’ (presente-presente) o ‘Si no pasó el examen fue porque no estudió’ (pasado-pasado). 

El período potencial, en cambio, expresa aquello que es probable que ocurra, pero no es seguro. La correlación de tiempos en este caso se da entre el pasado imperfecto de subjuntivo y un condicional; de esta manera: ‘Si fuera más inteligente, se daría cuenta del engaño’ o ‘Si me ganara la lotería, dejaría mi trabajo’. En este tiempo potencial suelen generarse algunos errores, sobre todo en el lenguaje coloquial, al combinar el subjuntivo con el subjuntivo, por ejemplo: ‘Si me ganara la lotería, dejara mi trabajo’. Como vemos aquí, este uso es incorrecto, pues se hace indispensable el uso del condicional en la apódosis.

Por último, el período de lo irreal corresponde a aquello que nunca va a suceder, a aquello que pudo haber sido pero no fue. Este es el período del ‘hubiera’ y se forma con prótasis con la fórmula haber de imperfecto de subjuntivo + participio, y haber de imperfecto de subjuntivo o de condicional + participio en la apódosis. Por ejemplo: ‘Si hubiera sabido que era un estafador, no le hubiera prestado dinero’ o ‘Si hubiese llegado a tiempo, nada de esto habría sucedido’. Como vemos, en este período sí es posible utilizar el subjuntivo tanto en la prótasis como en la apódosis. Lo que no está permitido, y también es un error muy común, es utilizar el condicional en la prótasis, es decir, no es posible construir una oración de este tipo: ‘Si habría venido, no hubiera pasado eso’.


Para terminar, recordemos el esquema de las oraciones condicionales: el período real se construye solo con indicativo; el período potencial se construye con subjuntivo y condicional simple, y el período irreal se construye con subjuntivo compuesto en la prótasis, y subjuntivo compuesto o condicional compuesto, en la apódosis. Si tomamos en cuenta estas pocas combinaciones, no tendremos manera de perdernos.

La lengua, los medios y la normativa

Recientemente, con la publicación de la Ley Orgánica de Comunicación, se ha hablado sobre lo que los medios deben y no deben hacer, sobre sus tareas y los comportamientos de sus colaboradores, en fin, sobre cómo deben tratar esa información que trasmiten a los lectores, televidentes o radioescuchas. Sin embargo, algo que me llama la atención es que no se haga explícita la importancia y la obligación que tienen los medios de cuidar y proteger la lengua en la que publican.

Ha habido varios debates en el mundo sobre el tratamiento que deben dar los medios al lenguaje; se han organizado congresos, y se han publicado artículos y libros que resaltan la responsabilidad capital de los medios en la conservación y la dinámica de una lengua. Se ha hablado también acerca de que actualmente, en ciertos aspectos, son los medios de comunicación los que dictan la norma lingüística, pues en ellos se refleja el idioma vivo, que se construye cada día de boca en boca, de letra en letra. La responsabilidad de los medios en el contexto actual de la lengua es fundamental, pues cuidar y respetar el lenguaje, que de paso es su principal arma, es lo que puede salvarnos de un caos informativo y de comunicación.

Por lo tanto, llama la atención que no se mencione la necesidad y la obligación de que los medios protejan y cuiden la lengua en la que publican (no me refiero solo a nuestra rica variante del español sino a cualquier otra lengua de las comunidades y nacionalidades indígenas, afroecuatorianas y montubias del país). Me parece importante que de la misma manera que se exige la existencia de normas deontológicas y de defensores de los lectores dentro de los medios, se considere la necesidad de contar con buenos manuales de estilo y equipos de control de calidad del lenguaje, que velen porque los contenidos no solo sean adecuados en el sentido informativo, sino que sean efectivos al comunicar por medio de una lengua.


No podemos ignorar al principal recurso del que nos valemos para comunicar. Recordemos que las lenguas no solo son grupos de reglas que debemos repetir de memoria, también son el registro primordial que expresa y refleja la cosmovisión, cultura, tradiciones, conocimientos y saberes (para usar las palabras de la Ley), y no considerarlo explícitamente en el momento de pensar en la comunicación es dejar la puerta abierta para que no se subsanen errores recurrentes. 

Modos

Según la Gramática de la RAE, la función del modo imperativo es “influir en el interlocutor para que actúe en un determinado sentido”. Utilizamos este modo para ordenar, rogar, exhortar, etc. El español tiene formas propias del imperativo para la segunda persona del singular (tú) y del plural  (vosotros), por ejemplo: sal, salid; ve, id, etc. En el caso de las otras personas (excepto la primera del singular, que carece de imperativo), este modo comparte la forma del presente de subjuntivo: salga, salgamos, salgan; vaya, vayamos, vayan,  etc. Esto también ocurre con usted y ustedes (salga y salgan).

Cuando los imperativos se juntan con pronombres átonos, estos siempre se escriben después del verbo y unidos a él: vete, callémonos, alégrense, etc. En este último caso, al juntar el pronombre al imperativo de tercera persona del plural, se suele cometer el error (sobre todo en el lenguaje oral) de aumentar una ‘n’ a la palabra, así: ‘alégrensen’. Recordemos que este es un barbarismo muy desagradable que debe evitarse.

Otra construcción de imperativo que debe evitarse es la de utilizar verbos en infinitivo, por ejemplo: ‘Apagar el celular’ o ‘Esperar afuera’. Lo más apropiado en estos casos es ‘Apague el celular’ y ‘Espere afuera’. La RAE indica que este uso se permite solo en las formas negativas interjectivas como ‘Ni hablar’ o en carteles de advertencia del tipo ‘No fumar’.

En la Sierra ecuatoriana otro tipo de imperativo que se usa exclusivamente en el registro coloquial es la fórmula de  dar+gerundio (por ejemplo: ‘dame pasando’ o ‘dé cerrando’).  El lingüista ecuatoriano Carlos Joaquín Córdova indica en su diccionario El habla del Ecuador que esta fórmula funciona como un ‘cuasi imperativo’ y que es un calco del quichua (de ahí que no sea un uso común en la Costa). Esta forma, si bien es aceptada en el registro coloquial, es considerada vulgar y lo correcto es utilizar el imperativo (pásame o cierre).

Otra fórmula imperativa muy usada es el futuro: ‘Vendrás mañana’, ‘Esperará un momento’.  Este uso también se registra en la Gramática de la RAE, aunque solo cita un ejemplo en plural (‘Saldremos del edificio’). Esta fórmula no es considerada un vulgarismo, aunque sí es recomendada para el registro coloquial y no para el culto.


Como vemos, existen muchas maneras de pedir favores o dar órdenes, pero siempre será el imperativo el modo más adecuado para estos casos. No debemos tener miedo de usar el imperativo, aunque nos suene demasiado ‘grosero’. 

Teoría de la relación entre vocales

Recuerdo que en la escuela uno de mis mayores terrores en las clases de lenguaje era que la profesora me pidiera definir el diptongo y el hiato, y repetir la larguísima lista de combinaciones de vocales de cada uno. Confieso que nunca lo logré, ni aun en la universidad, donde a uno le vuelven a enseñar las mismas reglas y las mismas listas, casi siempre con las mismas fórmulas memoristas que en la escuela. Y, siguiendo con la confesión, siempre me sentí una ‘paria gramatical’ por no recordar las definiciones y, sobre todo, las listas.

Lo más gracioso de esto es que el destino me llevó a enfrentarme con el par terrorífico del hiato y del diptongo desde otra perspectiva: la de profesora. ¿Cómo explicar a mis estudiantes qué eran el diptongo y el hiato si yo no recordaba la respuesta?, ¿cómo hacer que los chicos recordaran lo que seguramente ‘aprendieron’ pero su memoria selectiva se encargó de borrar? Como respuesta a todo esto, surgió una especie de ‘teoría’ sobre las relaciones entre vocales. Espero que lo que les voy a contar les aliviane el temor.

Esta ‘teoría’ cuenta con cuatro reglas sencillas, partiendo del hecho de que existen tres vocales abiertas (a, e, o) y dos cerradas (i, u), y que el diptongo es la unión de dos vocales dentro de una sílaba y el hiato es la destrucción del diptongo (dos vocales en distintas sílabas). La primera regla dicta que las vocales cerradas se aman locamente, y por eso no pueden estar separadas nunca; entonces, hay diptongo (ciu-dad, je-sui-ta, etc.). La segunda regla, en cambio, se refiere a que las vocales abiertas se odian y nunca pueden encontrarse en una misma sílaba, lo que da lugar a un hiato (a-é-re-o, sa-bo-re-a, etc.).


Las otras dos reglas tienen que ver con la fuerza de las vocales cuando una abierta y una cerrada se juntan: si la fuerza está en la abierta, tenemos diptongo (et-nia, pie, etc.). En cambio, si la fuerza está en la vocal cerrada, tenemos hiato (pa-re-cí-a, in-si-nú-a, etc.). Con estas cuatro reglas es mucho más fácil huir del terror y entablar amistad con los temidos hiato y diptongo, incluso, ya ni siquiera es necesario recurrir a la vieja costumbre de aplaudir entre sílaba y sílaba. Espero que el secreto les haya sido útil.

Español y nuevas tecnologías

Cada vez, con la proliferación de las nuevas tecnologías, se ha hecho necesaria la creación de palabras que nos sirvan para explicar estas nuevas realidades. Sin embargo, a veces por pereza y otras por apuro, incorporamos a nuestro lenguaje cotidiano extranjerismos puros y olvidamos que el español es tan rico, que seguramente tendrá una equivalencia que espera ser utilizada. Ese es el caso, por ejemplo, del e-mail, que incorporamos a nuestra cotidianidad sin pensar que existe un equivalente en español igual de válido, el correo electrónico. Sí, es verdad que es mucho más larga la opción en español, pero podemos reducirla y solo decir ‘correo’ o ‘mensaje’.

Así como en el caso del correo electrónico, tenemos otros, por ejemplo online y offline, que pueden ser reemplazados por ‘conectado’ y ‘desconectado’, o por ‘en línea’ o ´fuera de línea’. En este ámbito entran igualmente la contraseña (en lugar de password), el enlace (link), la portada (home page o home), el artículo (post) y muchísimos otros temas relacionados con la tecnología. No podemos olvidarnos tampoco de los aparatos (gadgets) que nos facilitan la vida y nos permiten estar conectados todo el tiempo, como la tableta (tablet), el teléfono inteligente (smart phone) o la computadora portátil (laptop). En fin, seguramente mientras lee esto se le vendrán a la mente muchas palabras como estas.

También tenemos el caso de palabras que se han adaptado al español porque las equivalencias propuestas no han logrado posicionarse en el habla cotidiana. Eso es lo que sucedió, por ejemplo, con chat y blog. En el primer caso, la RAE había propuesto el desafortunado ‘cibercharla’; en el segundo, se propuso ‘bitácora’, pero ninguno de los dos ha sido acogido. De hecho, el DRAE ya incorpora, como avances para su próxima edición, las palabras chat, chatear, bloguero y blog, entre otras. Sin embargo, hay que tener cuidado de no formar verbos ‘Frankistein’ como los espantosos ‘taguear’ (en lugar de etiquetar) o ‘linkear’ (en lugar de enlazar).


Hay otros verbos, no obstante, que nos sirven para poner nombre a nuevas acciones, y que, aunque no están incorporados oficialmente al español, pueden funcionar con una adaptación. Tales son los casos de ‘tuitear’ o ‘guglear’ (aunque se pueden reemplazar por ‘enviar un tuit’ o ‘consultar en Google’). La cuestión es que debemos tener cuidado al crear nuevas palabras, pues antes es necesario consultar un diccionario y buscar si hay equivalencias en español; sin duda este ejercicio enriquecerá mucho nuestro léxico y nos permitirá amar más a nuestro idioma.

Unión, separación y opción

Como sabemos, las conjunciones con aquellas palabras o grupos de palabras que sirven para unir oraciones subordinadas o expresiones que tienen un valor sintáctico similar. Además, las conjunciones establecen la relación que puede existir entre estos elementos. Hoy me ocuparé de dos tipos de conjunciones: las copulativas y las disyuntivas.

Las conjunciones copulativas expresan unión entre dos elementos,  es decir, una relación aditiva. Las principales conjunciones copulativas son y (e), ni. La conjunción y se reemplaza por e cuando antecede a una palabra que comienza con i (o con hi-), por ejemplo: ‘Estado e iglesia’ o ‘cantos e himnos’. La Gramática de la RAE advierte que si la conjunción preside una palabra que comienza con i o hi- pero lleva diptongo, debe mantenerse la conjunción y, así: ‘limón y hielo’ o ‘jirafas y hienas’. No obstante, si existe hiato se cambia por la conjunción e: ‘diptongo e hiato’.

Por otro lado, la conjunción copulativa ni indica la unión de dos elementos excluidos, en este caso se necesita de un adverbio de negación: ‘No es ni chicha ni limonada’, ‘No llovió ni hizo calor’. La RAE nos indica que esta conjunción puede aparecer antes de cada elemento excluido, como en el primer ejemplo, o solo presidir al segundo (‘No es chicha ni limonada’).  Si tenemos varios elementos separados por las conjunciones copulativas y (e) o ni, estos elementos deben separarse por comas, con excepción del último, así: ‘Es bueno, e inteligente, y atractivo y guapo’ o ‘No es ni bueno, ni inteligente, ni atractivo ni guapo’. Sin embargo, estos casos se suelen dar con más frecuencia en el campo literario.

En cuanto a las conjunciones disyuntivas, la más importante es o (u). Esta conjunción puede tener algunos valores: exclusivo (‘blanco o negro’), inclusivo (‘Participarán todos los asistentes: los escritores u oradores’), de interpretación abierta (‘Esto fue hace siete u ocho meses’) o de equivalencia denominativa (‘Simón Bolívar o El Libertador’).  Como vemos, esta conjunción se reemplaza con u cuando la palabra a la que precede empieza con la vocal o.



Generalmente suele existir duda en el momento de juntar las conjunción copulativa y con la disyuntiva o. El uso ha hecho que recurramos al horrible y/o, para indicar que se puede optar por una de dos opciones o por ambas (por ejemplo: ‘¿Te llevarás orquídeas y/o rosas?’). Sin embargo, como hemos visto, la conjunción o no es necesariamente exclusiva, por lo tanto, lo correcto es escoger entre una de las dos conjunciones: ‘¿Te llevarás orquídeas o rosas?’ o ‘¿Te llevarás orquídeas y rosas?’. En realidad, esta elección no es tan complicada, solo es cuestión de sentido común y de no maltratar al español con construcciones que le son ajenas.

La importancia de una argumentación adecuada

Uno de los grandes retos con el que nos enfrentamos los docentes es lograr que los estudiantes construyan argumentos fuertes para defender sus puntos de vista. Quizá esto se deba a que desde pequeños estamos acostumbrados a escuchar ‘argumentos’ contundentes del tipo “Las cosas se hacen porque yo digo” o “Esto es así porque sí”. También puede deberse a que confundimos la opinión con la argumentación, es decir, pensamos que con decir “yo opino” o “yo pienso esto” ya otorgamos la contundencia necesaria a nuestro discurso. La cuestión es que durante muchas generaciones no se ha enseñado a los chicos a defender adecuadamente sus puntos de vista, y eso es algo muy evidente en todos los niveles.

Seguramente se preguntarán a qué viene todo esto en una columna sobre lenguaje. Es simple: aunque dominemos la norma lingüística y seamos absolutamente competentes en el manejo de nuestro idioma, si no sabemos argumentar adecuadamente nuestras ideas, estas se quedan en un mero conjunto de palabras que no trasciende, que no aporta a ningún tipo de conocimiento. Aunque el espacio es corto, voy a revisar aquí dos tipos de argumentos que, si los usamos adecuadamente, nos pueden servir al defender un punto de vista.

En primer lugar, recordemos que los ejemplos son muy útiles para apoyar un argumento; sin embargo, estos deben ser muy contundentes. Entonces, si el ejemplo que estamos utilizando no es representativo es mejor dejarlo a un lado. Para ilustrar esto, recuerdo el ensayo de un estudiante en el que defendía la eutanasia. En su trabajo argumentaba que en el Ecuador se practica la eutanasia desde hace mucho tiempo, pues la abuelita de una amiga le contó que en su familia, cuando alguien estaba agonizando, le daban una ‘agüita de la muerte’ para ayudarlo a morir. Y este era el ejemplo contundente que apoyaba el punto de vista. En este caso, el ejemplo no resulta útil ni fortalece el argumento, al contrario, resulta ridículo y perfecto para explicar lo que no se debe hacer.

Otra manera adecuada de fortalecer los argumentos es recurrir a autoridades que apoyen nuestro punto de vista. Con autoridades me refiero a aquellas personas o instituciones que tengan algo importante que decir acerca de lo que estamos tratando. Estas deben ser reconocidas y expertas en su ámbito de conocimiento, pues de nada nos sirve recurrir a una autoridad sobre leyes si estamos hablando sobre un avance en nanotecnología. Además, estas autoridades deben ser citadas adecuadamente dentro del texto, con el formato que hayamos decidido utilizar. Recordemos que no citar a las fuentes constituye plagio, y este es otro problema gravísimo con el que nos enfrentamos a diario.


Lamentablemente el espacio es corto para seguir tratando el tema, pero es importante recordar que argumentar no es solo opinar, argumentar es defender un punto de vista mediante razones válidas y contundentes.

Los números también tienen sus reglas

Varias veces surge la duda de cómo debemos escribir los números en español, pues es necesario integrarlos a los textos de tal manera que se cuide el estilo y no sean vistos como ‘intrusos’.

La primera duda que se plantea sobre los números es cuándo escribirlos en cifras y cuándo en letras. La regla general establece que se escriben en letras los números que pueden expresarse en una sola palabra, es decir, del cero al veintinueve, las decenas y centenas (dieciséis, ochenta, doscientos), siempre y cuando no acompañen a un símbolo o una medida. En estos casos, se escriben en números: 12 km, 1 g, etc. No obstante, si dentro de una enumeración tenemos números simples y compuestos, es preferible, por estilo, escribir solo cifras, por ejemplo: ‘Necesitamos 100 lápices, 2 resmas de papel, 80 marcadores y 5 perforadoras’.

La RAE también nos indica que pueden escribirse en letras los números redondos, por ejemplo: sesenta millones o cien mil; sin embargo,  los números complejos sí se escribirán con cifras:  1 986 345 o 457 902. En este punto hago un paréntesis para referirme a la oración anterior: en primer lugar, notemos que las cifras se separan en grupos de tres elementos (millones, centenas y decenas), y que estos números están separados por un espacio, no por puntos ni apóstrofos. Según las normas internacionales, es así como deben separarse las cifras, solo se usan la coma o el punto para separar decimales (123 987 456, 78). En segundo lugar, tampoco he puesto tilde en la conjunción o, que solía tenerla cuando estaba ubicada entre números; a partir de 2010 la RAE decidió que esa tilde no debe ponerse, pues es innecesaria.

Ahora vuelvo a la escritura de los números. También pueden escribirse en letras las fracciones fuera del contexto matemático (tres cuartos de la población), y los números aproximados (‘Caminaremos unos cuarenta kilómetros’). En el ejemplo anterior notemos, además, que si la medida se expresa en palabras  y no en símbolos, es recomendable escribir el número en letras.  Otros casos en los que se escriben los números en letras es cuando tenemos frases hechas, por ejemplo: ‘Te lo he dicho ochocientas mil veces’. Por último, también suelen escribirse en letras los topónimos que llevan números (avenida Nueve de Octubre, colegio Quince de Julio);  sin embargo, si el uso prefiere las cifras no hay problema en usarlas.


Como el espacio es corto, quedan varios asuntos pendientes para tratar en la próxima columna, por el momento, practiquen estas reglas.

Escritura de cifras

La semana pasada revisamos algunas reglas que nos indican cuándo debemos escribir las expresiones numéricas en letras, hoy veremos cuándo es aconsejable escribirlas en cifras.

En primer lugar, la Ortografía de la RAE nos indica que se escriben en cifras aquellos números que precisan de cuatro o más palabras para ser escritos, por ejemplo: 34 712 (no treinta y cuatro mil setecientos doce). No obstante, señala que en casos como los de los documentos bancarios muchas veces, por seguridad, es necesario escribir la cifra en letras. De todas maneras, este es un caso excepcional.

También escribimos en cifras los años: 2013, 1978, etc. Notemos que cuando se trata de los años no se sigue la regla que indica que los números deben separarse en grupos de tres. En el caso de los años, las cifras van unidas y nunca se separan ni con espacios ni con puntos. Y ya que estamos hablando de los años, haré un pequeño paréntesis: a partir del año 2000 surgió la costumbre de escribir el artículo antes del año (el 2011, del 2004), si bien en un principio esta costumbre fue proscrita (se prefería 2011 y de 2004), el uso ha determinado que anteponer el artículo ya no sea un error. De esta manera, es correcto escribir ‘de 2004’ y ‘del 2004’; sin embargo, se sigue prefiriendo escribir el año sin el artículo, con base en la lógica de los años anteriores a 2000 (nunca decimos ‘del 1965’).

Ahora, volvamos a los números. Se escriben con cifras los códigos, documentos de identificación, textos legales, números telefónicos, numeración de calles, etc. También deben escribirse en guarismos los números compuestos por una parte entera y una decimal, por ejemplo: ‘El ganador de la lotería se llevó 1,5 millones de dólares’. En este caso, notemos que la palabra millones se escribe en plural y no en singular. Cuando se trata de expresiones numéricas en documentos bancarios, suelen escribirse también en letras, pero, como vimos, esta es una excepción a la regla.


Por último, se escriben en números aquellas cifras que acompañan a un símbolo o a una abreviatura, por ejemplo: 3 km, 12 g, 50 págs., etc. Notemos que los símbolos no llevan punto al final (km y g), pero la abreviatura sí (págs.). Estas que hemos revisado son las reglas más importantes sobre la escritura de expresiones numéricas en cifras. La semana que viene veremos algunos casos especiales sobre la escritura de números.

Tiempo reglamentario

En las columnas anteriores revisamos varios casos sobre la escritura de números, ya sea en cifras o en letras. Para continuar con este tema, hoy veremos algunas reglas de escritura de números en las expresiones cronológicas.

En primer lugar, en cuanto a la hora, el día puede dividirse de acuerdo con dos tipos de sistemas: de 12 horas y de 24 horas. En el primer caso, las horas de la mañana van acompañadas de la abreviatura a.m. (antes del mediodía, del latín ante meridiem) y p.m. (después del mediodía, post meridiem). En estos casos, escribiremos las horas de esta manera: 11 p.m. o 3 a.m. En el caso del mediodía, se escribe 12 m. Tomemos en cuenta que las 12 a.m. se refieren a la medianoche.

En el sistema de 24 horas, es más fácil diferenciar el momento exacto, pues a cada hora le corresponde un número. En este caso, se escriben los dos dígitos de la hora, dos puntos y los dígitos de los minutos, así: 09:23 o 23:00 (si existen segundos, escribimos dos puntos y los dos dígitos de los segundos). Según las normas internacionales, citadas por la RAE en su Ortografía, luego del número se puede incluir la abreviatura h. (de hora), por ejemplo: 09:23 h., sin embargo, no se permite escribir a.m. o p.m. después de la hora (23:23 p.m.), pues no podemos mezclar los sistemas. También es posible, en el caso de las horas antes de las 10:00, escribir un solo dígito: 9:23. En este sistema, cuando se trata de la medianoche, se puede escribir 24:00 o 00:00.


Ahora bien, muchas veces surgen dudas sobre si es posible escribir en letras las expresiones horarias. Como regla general de la escritura de números, es recomendable no mezclar las expresiones, es decir, escribirlas en letras o en palabras, así: 11:00 u once de la mañana. No es incorrecto escribir 11 de la mañana, pero es menos recomendable. Cuando se especifica el tramo de una hora, sobre todo en el lenguaje literario y coloquial, es preferible escribirlo en letras, por ejemplo: ‘Llegó a las nueve y cinco’ o ‘Cuarto para las tres estaré en tu casa’. En este último caso, también puede decirse ‘tres menos cuarto’, aunque este giro es poco común en nuestro país. La expresión que sí constituye un error es ‘cuarto a las tres’. Cuando se trata de un lenguaje más técnico o específico, es preferible emplear el sistema numérico: ‘La entrada de los empleados es a las 14:00’ (o a las 2 p.m.).

Fechas

Hoy, como en semanas pasadas, revisaré algunas reglas sobre la escritura de números. El turno de esta semana corresponde a las fechas. A diferencia de otras expresiones numéricas, en las que se recomienda no mezclar números con letras, en las fechas esto es lo común, pues el día y el año están expresados en guarismos: 9 de junio de 2013, 24 de octubre de 1978, etc. En algunos casos, sobre todo en ciertos documentos oficiales o en invitaciones, la fecha suele expresarse en letras: dos de junio de dos mil trece, veinticuatro de octubre de mil novecientos setenta y ocho; sin embargo, este uso es poco frecuente.

Sobre la escritura de las fechas de esta manera que acabamos de revisar, es importante recordar dos cuestiones: en primer lugar, el mes no se escribe con mayúsculas, a menos, por supuesto, que se trate de una fecha histórica exacta: 24 de mayo de 2013, pero 24 de Mayo de 1822. Y la segunda cuestión, que ya revisamos brevemente en una columna anterior pero es importante recordar, es que es que a partir del año 2000 es preferible no escribir el artículo, siguiendo la norma de años anteriores (no se dice ‘del’ 1967 o ‘el’ 1830). No obstante, debido al uso extendido, aunque se prefiere omitir el artículo tampoco es un error escribirlo; de esta manera, sí es posible escribir 9 de junio ‘del’ 2013.


En cuanto a la escritura de fechas únicamente en números, la norma ISO 8601, citada por la RAE en su ortografía, establece que es preferible la fórmula descendente de año, mes y día. Se  Estos elementos pueden separarse con guiones, barras o puntos, así: 2013-06-09, 2013.06.09 o 2013/06/09. 

Números y fechas

Hoy  continuaré con la revisión de algunas normas sobre la escritura de números. Esta vez el turno corresponde a las fechas. A diferencia de otras expresiones numéricas, en las que se recomienda no mezclar cifras con letras, en las fechas esto es lo común, pues el día y el año están expresados en guarismos: 9 de junio de 2013. En algunos casos, como ciertos documentos oficiales, la fecha suele expresarse en letras: dos de junio de dos mil trece; sin embargo, este uso es poco frecuente.

Sobre esta escritura de fechas, es importante recordar dos cuestiones. En primer lugar, el mes no se escribe con mayúsculas, a excepción de fechas históricas: 24 de mayo de 2013, pero 24 de Mayo de 1822. Y la segunda cuestión, que ya revisamos brevemente en una columna anterior, es que es que a partir del año 2000 es preferible no escribir el artículo, siguiendo la norma de años anteriores (no se dice ‘del’ 1967 o ‘el’ 1830). No obstante, debido al uso extendido, aunque se prefiere omitir el artículo tampoco es un error escribirlo; entonces, sí es posible escribir 9 de junio ‘del’ 2013.

En cuanto a la escritura de fechas únicamente en números, la norma ISO 8601, citada por la RAE en su Ortografía, establece que es preferible la fórmula descendente de año, mes y día. Estos elementos pueden separarse con guiones, barras o puntos: 2013-06-09, 2013.06.09 o 2013/06/09. Este orden es el más recomendable porque se equipara con el que usamos para las horas (horas, minutos y segundos). No obstante, la costumbre también permite otros usos: en Estados Unidos, por ejemplo, se escribe mes, día y año (06/09/2013). Sin embargo, este orden puede causar confusión si se trata de meses con un solo dígito.

Por otro lado, en nuestro país, se acostumbra escribir en orden ascendente: día, mes y año. En este caso, es posible omitir el cero antes del número en los días del uno al nueve, y en los meses de enero a septiembre.  Además, es posible escribir el año solo con dos cifras, así: 9/6/13. Si optamos por el orden descendente, en cambio, no deben omitirse los ceros (09/06/2013).


Estas son entonces algunas reglas para la escritura de fechas, la semana que viene revisaremos otros casos de escritura de cifras.

El párrafo: un reto

Uno de los principales retos con los que me enfrento cuando dicto clases o talleres es con la escritura del párrafo. Parece exageración, y ojalá fuera así, pero a veces la única expectativa que tengo en relación con mis estudiantes es que aprendan a escribir un párrafo, simple y decentemente bien estructurado.  Hoy revisaremos algunas características de este temido elemento básico de todo texto.

El primer problema que suelo encontrar cuando mis estudiantes escriben ‘párrafos’ es que  se trata de oraciones larguísimas que, con suerte, llevan alguna coma. Este es el principal error, pues el párrafo es un conjunto de oraciones y, como sabemos, las oraciones empiezan con una mayúscula y terminan en un punto. Sí, sé no necesariamente es así, que existen oraciones que dependen de otras o cumplen funciones similares a otras, que pueden separarse con otros signos o un conector. Sin embargo, la cuestión es que se abusa de las oraciones subordinadas  y yuxtapuestas,  y se escribe un chorizo de ideas que confunden al lector. Entonces, el primer ‘truco’ para escribir un párrafo es recordar que es un conjunto de oraciones cortas y concisas.

El segundo problema se relaciona con la manera de juntar estas oraciones. Si ubicamos las oraciones una junto a otra sin establecer una relación clara entre ellas, no se trata de un párrafo sino de un telegrama. De esta manera, para que un párrafo tenga sentido debemos usar conectores que indiquen al lector qué relación guardan las oraciones, pues estos indican si se trata de relaciones contraargumentativas, condicionales, causales, etc.

El tercer problema tiene que ver con el pensamiento errado de que un párrafo está mejor escrito si logra abarcar la mayor cantidad de ideas. En realidad no es así: cada párrafo debe desarrollar una sola idea, que se expresa en la oración principal. El resto de oraciones solo apoya a esta oración principal y no aporta nuevas ideas. Quizá, a lo mucho, se recomienda escribir una oración que anticipe lo que encontraremos en el siguiente párrafo, nada más.

Estas son las principales dificultades que suelo encontrar, no solo en estudiantes de pregrado sino en todos los niveles. Quizá el problema esté ligado a la idea de que somos más geniales si somos más ‘labiosos’, cuando en realidad el éxito está en expresarnos claramente, con las palabras suficientes y sin aspavientos.

Calificar y relacionar

Como sabemos, los adjetivos son palabras que modifican a un sustantivo, y deben concordar con él en número y género. Aunque estas son propiedades generales de los adjetivos, no todos tienen las mismas características, pues existen adjetivos calificativos y relacionales. Los primeros, según la Gramática de la RAE, “denotan cualidades y propiedades que se agregan al significado del sustantivo”; los relacionales  “aportan rasgos que permiten clasificar personas o cosas”. Veamos algunas diferencias entre estos tipos de adjetivos, sobre todo para que no tengamos problemas para ubicarlos dentro de la oración.

En primer lugar, para darnos cuenta de que un adjetivo es calificativo podemos incluir las perífrasis ‘que es’ o ‘que son’. Por ejemplo: ‘hombre (que es) alto’, ‘medias (que son) negras’. Los relacionales, en cambio, se refieren a ‘un tipo’. Por ejemplo: ‘análisis morfosintáctico’ o ‘análisis económico’, aquí notamos que tanto morfosintáctico como económico clasifican al sustantivo análisis, indican el tipo de este.

Por otro lado, los calificativos pueden graduarse, mientras que los relacionales no. Podemos escribir ‘canción muy popular’ u ‘ofertas poco atractivas’ (popular y atractivas califican), pero no ‘guerra muy mundial’ o ‘correo poco electrónico’ (mundial y electrónico relacionan). En este mismo sentido, los adjetivos relacionales nunca pueden estar separados del sustantivo por otro adjetivo (o por un adverbio, como en el caso anterior), mientras que los calificativos sí. Podemos decir, entonces, ‘acuerdo diplomático importante’, pero no ‘acuerdo importante diplomático’ (diplomático es relacional, importante es calificativo).

Además, los calificativos pueden anteponerse al sustantivo, mientras que los relacionales siempre se escribirán inmediatamente después.  Entonces, son posibles construcciones como  ‘párrafo narrativo’ (y no ‘narrativo párrafo’) y ‘párrafo largo’ así como ‘largo párrafo’.


En estos casos, hay que tomar en cuenta que existe una jerarquía cuando los adjetivos relacionales y los calificativos modifican al mismo nombre: siempre se escribirá primero el relacional y luego el calificativo. Por ejemplo: ‘ingreso adicional oportuno’, pero no ‘ingreso  oportuno adicional’. Para terminar, estos tipos de adjetivos no pueden relacionarse con la conjunción y, pues no se encuentran a un nivel similar, es incorrecto, por lo tanto ‘ingreso adicional y oportuno’. Entonces, aunque tengan la misma función, ubicar correctamente a los adjetivos es importante, para dejar claro el sentido de la oración.

La ambigüedad de algunos sustantivos

Muchas veces solemos encontrar palabras que nos hacen dudar en cuanto al género que deben tener: ¿la chance o el chance?, ¿el maratón o la maratón?, ¿el pijama o la pijama? Todas estas palabras son sustantivos ambiguos en cuanto al género, esto quiere decir que, dependiendo de las preferencias del hablante, pueden ser masculinos o femeninos.  Entonces, es correcto decir la chance el chance, la maratón o el maratón, el pijama o la pijama (también puede escribirse ‘piyama’).

Los diccionarios registran a la mayoría de estas palabras bajo la marca de ‘amb.’, esto quiere decir que son ambiguas. Hay otros casos, como el de maratón o pijama, que están registrados bajo el género masculino, sin embargo, se explica que pueden ser usados también como femenino (u.t.c.f.). Debido a que estas palabras pueden usarse en ambos géneros sin que cambie su significado, es muy importante tomar en cuenta que todos los determinantes deberán llevar el género que se haya escogido. Por ejemplo, no podemos decir ‘el azúcar morena’, pues tanto el artículo como el adjetivo deben tener el mismo género (entonces, ‘el azúcar moreno’ o ‘la azúcar morena’).

Por otro lado, hay palabras que también son ambiguas, como mar, en las que ciertas expresiones determinan el género que debe llevar; por ejemplo, no podemos decir ‘la mar Cantábrico’, pues, al ser Cantábrico masculino, el sustantivo mar debe ser masculino (‘el mar Cantábrico’). No obstante, hay expresiones en las que se ha impuesto el uso femenino, como ‘alta mar’ o ‘hacerse a la mar’.  Además, en el caso del plural, mares, será siempre masculino.

También hay casos en los que la ambigüedad está determinada por la situación geográfica del hablante, como sucede con el caso de pijama: en ciertos países es el estándar ‘el pijama’, mientras en otros lo es ‘la pijama’. Sucede lo mismo con biquini: la biquini o el biquini. Otros ejemplos de sustantivos ambiguos en cuanto al género son arte (que suele usarse en femenino cuando es plural: las artes), interrogante, dote, canal, armazón, casete, radio (cuando se refiere al aparato), margen, entre otras.


Para terminar, no hay que confundir estos sustantivos ambiguos en cuanto al género con ciertos sustantivos polisémicos en los que el género determina el significado, por ejemplo, cura o cólera. En estos casos, la cura se refiere a la curación de una enfermedad y el cura es la manera coloquial de referirse a un sacerdote. Asimismo, la cólera es sinónimo de ira y el cólera es una enfermedad. De todas maneras, el idioma es tan rico que siempre nos dará las respuestas, y, si hay dudas, no hay mejor solución que recurrir al diccionario. 

Esto no es cualquier cosa

A veces sucede que la costumbre se impone a la norma de tal manera que ni siquiera pensamos que lo que decimos pueda ser incorrecto, pues la incorrección anda tan tranquila de boca en boca y de letra en letra que nos habituamos a verla como algo normal; sin embargo, está ahí y algún día alguien tendrá que desenmascararla. Eso haremos, precisamente, con el plural de cualquiera.

Cualquiera funciona como pronombre, en referencia a una persona indeterminada o cosa indefinida: ‘Cualquiera lo entendería’ o ‘Escoge cualquiera’. En relación con las cosas, la RAE anota que cualquiera debe llevar un complemento partitivo, es decir una palabra o palabras que indiquen cantidad, parte, etc. Por ejemplo: ‘El artículo era más mordaz que cualquiera de los que había publicado’. También es un pronombre cuando va antes del relativo que y un subjuntivo: ‘Cualquiera que te escuche pensaría que te trato mal’, o con el mismo valor de sea cual fuere, siempre seguido del relativo que: ‘Quiero saber la razón, cualquiera que sea’.

Otra función de cualquiera o el apocopado cualquier es la de adjetivo indefinido. La apócope antecede a un nombre: cualquier amigo, cualquier tarde. Cualquiera, en cambio, va después del sustantivo: una tarde cualquiera, un cuadro cualquiera. Por último, cualquiera también funciona como sustantivo femenino, al referirse a una “mujer de mala vida” (RAE), o en la locución ser un o una cualquiera.
Hasta aquí, todo bien. El problema se genera al construir los plurales, pues se cuela la costumbre y nos lleva a ‘pecar’. Generalmente se piensa que cualquiera y cualquier pueden usarse para singular y plural, pero no es así; cualquiera y cualquier tienen variaciones de número: cualesquiera y cualesquier (y cualquieras en el caso del sustantivo). Existen, sí, y son correctos, pero no los usamos porque nos suenan raro.


Entonces, son un error frases como: ‘Cualquiera que sean las razones, no te creo’ o ‘Esto se aplica para cualquier nuevos reglamentos que se dicten’; lo correcto es: ‘Cualesquiera que sean las razones...’ y ‘Esto se aplica para cualesquier nuevos reglamentos...”. Aunque suenen extrañas, estas frases son correctas y debemos usarlas. En el caso del sustantivo, el plural es cualquieras: ‘Ellas son unas cualquieras’. Como vemos, esta palabra no es cualquier cosa, tiene sus reglas y sus usos, aunque la costumbre nos lleve a olvidarlos.

Problemas de mayores

Una lectora me preguntó sobre el uso del adjetivo mayor junto con el adverbio más, en construcciones como ‘Él es más mayor que yo’.  Recordemos  que mayor es un adjetivo comparativo que indica que una cosa es más grande que otra, entonces, combinarlo con el adverbio más no tiene sentido. Así, es errada la construcción ‘más mayor que yo’, lo correcto es ‘mayor que yo’. Sucede lo mismo con los adjetivos menor o mejor, ambos son comparativos, por lo tanto, no pueden acompañarse por el adverbio más, es incorrecto decir ‘más menor’ o ‘más mejor’.

En relación con el adjetivo mayor, la RAE, en su Diccionario Panhispánico de Dudas, hace una excepción: se puede escribir  ‘más mayor’ solo si mayor es un adjetivo en grado positivo graduable, es decir, no es comparativo sino que puede modificarse, y, en este caso, es sinónimo de viejo o de mayor edad, por ejemplo: ‘Cada vez está más mayor’.

Por otro lado, también suele surgir la duda sobre si se deben usar junto con mayor y menor las preposiciones ‘de’ o ‘a’, o la conjunción ‘que’. ¿Debe decirse ‘es mayor que yo’ o ‘mayor a mí’? Lo correcto es usar la conjunción que: ‘es mayor que yo’, ‘es menor que tú’. No obstante, se usa la preposición de cuando no se compara al primer elemento con otro, sino con una magnitud distinta de sí mismo, por ejemplo: ‘Él era mayor de lo que aparentaba’ o ‘La deuda es menor de lo que suponemos’.

Por último, mayor no equivale a más, por lo tanto, no son correctas expresiones como ‘Este es el libro que mayor venta registra’, sino: ‘Este es el libro que más ventas registra’. Es importante tener en cuenta estas reglas para que las cosas no pasen a mayores. 

Entre la visa y la nacionalización


Del mismo modo como las personas necesitan una visa o algún tipo de permiso para vivir o trabajar en un país que no es el suyo, las palabras que no pertenecen al ‘territorio’ del español también precisan de reglas especiales para habitar y transitar dentro de nuestro idioma. Así, la principal de estas reglas nos indica que si queremos incluir en un escrito una palabra de otro idioma debemos resaltarla de alguna manera. La Real Academia Española recomienda que se las resalte con cursivas o, en su defecto, las escribamos entre comillas.

Estas reglas se aplican si las palabras no han sido adaptadas a la grafía española o si su pronunciación no representa un problema. Por ejemplo, ‘Se puso un jean par a salir’ o ‘¿Cuál es el leitmotiv de la obra?’. Esto sucede también con latinismos puros, por ejemplo: ‘El profesor dixit’. Esta regla también se emplea en locuciones de otros idiomas, incluidos los latinismos. De este modo, es necesario resaltar con cursivas o comillas expresiones como femme fatale, ipso facto, top model o dolce vita.
Sin embargo, cuando las palabras ya han sido adaptadas al español, es decir, cumplen con las normas gráficas y fonológicas del idioma (tal como las personas cuando obtienen la nacionalización), no es necesario resaltarlas, sino escribirlas con todas las de ley. Eso sucede, por ejemplo, con varias palabras de la tecnología que han sido adaptadas al español, como escáner, tóner, blog o chat. O con otras palabras, como estándar, espagueti, pedigrí, eslogan, champú. También ocurre con palabras latinas como cuórum o hábitat, que se han adaptado sin problemas al español.


Como vemos, muchas palabras de otros idiomas han entrado a formar parte del español, obviamente siempre teniendo en cuenta que no exista una palabra en nuestro idioma que pueda reemplazarla, porque, si existe, es mejor utilizar lo que nos pertenece.

La barra

La barra (/) es un signo ortográfico cuya principal función es establecer relaciones entre palabras o elementos. El uso que más dudas genera es si se debe escribir una barra entre las conjunciones y, o (y/o). Esta construcción es un calco del inglés and/or; sin embargo, la RAE recomienda que no se copie esta construcción. La razón que da la Academia es que la conjunción o expresa en sí misma los valores de ambas conjunciones. Por ejemplo, en lugar de escribir ‘Iremos a Italia y/o Alemania’, podemos escribir: ‘Iremos a Italia o a Alemania’. El hecho de usar la conjunción o ya implicaría que tal vez vayamos a los dos lugares. No obstante, la RAE indica que si hay casos de ambigüedad puede usarse la construcción y/o. Como vemos, la regla no queda muy clara, pero la recomendación es que mientras podamos evitar el calco del inglés es mejor hacerlo.

Una vez resuelta esta duda, revisemos brevemente los otros usos de la barra. Sobre todo cuando cumple la función de establecer relaciones entre palabras o elementos de estas, el uso de la barra es muy similar al del guion. En primer lugar, se usa para expresar cualquier tipo de relación entre dos elementos, en reemplazo de la preposición o la conjunción, por ejemplo:  120 km/h o USD 200/persona (reemplaza a la preposición por).


También se usa en para indicar una disyunción entre varios elementos, por ejemplo: niños/as, calle/s o régimen/es. En el último caso, es importante anotar que cuando en el plural la palabra se escribe con una acentuación distinta (regímenes), si utilizamos la barra debemos escribir la palabra con su acentuación en singular (régimen). Sin embargo, también podemos utilizar la barra para separar palabras: régimen/regímenes. Aunque este no sea un signo tan usado cotidianamente, es recomendable recordar para qué nos sirve.

De diez en diez

Esta semana, una lectora me preguntó sobre la escritura de las décadas. Esta es una duda que surge muy a menudo: ¿se debe escribir ‘década de los ochentas’, ‘de los ochenta’,  ‘de los 80’s’ o ‘de los 80’? La forma correcta en español es ‘década de los ochenta’, pero, según indica la RAE, también es correcto, aunque menos recomendado, escribir `década del ochenta’. Este último uso, según se anota, corresponde más al uso americano. La escritura en guarismos no debe utilizarse, pues puede interpretarse, en el caso de ‘los 80’, como si se refiriera solo a ese número, no a la década. En cambio, resultan ajenas al español y, por tanto, nada recomendables fórmulas como ‘los 80’s’ o ‘los 80s’, copiadas del inglés.

Hay que tomar en cuenta, como lo afirma la RAE, que una década comprende los años que llevan la misma cifra en su decena, por lo tanto, la década de los ochenta del siglo XX va desde 1980 a 1989. La RAE también indica que, pese a que una década y un decenio abarcan la misma cantidad de números, la década se refiere solo a aquellos que llevan la misma cifra en la decena, mientras el decenio se refiere a un período de diez años, por ejemplo, 1978-1987. En este sentido alerta, muy acertadamente, sobre un error muy común que consiste en suponer que los decenios abarcan años que terminan en el mismo número, es decir, 1978-1988, cuando no es así, pues el período mencionado abarca once años y no diez.


Para terminar, si alguna vez le asalta la duda, o siente rechazo hacia fórmulas como ‘los ochenta’ (por eso de ‘mezclar’ un determinante plural con un sustantivo singular), puede optar por otra fórmula ‘ortodoxa’: la octava década del siglo XX. De esta manera, quedan felices todos, especialmente usted y el español.

El cariño también tiene sus normas

Un hipocorístico es el nombre abreviado que se refiere a una persona de manera familiar o cariñosa. Estos nombres suelen formarse de distintas maneras, como lo menciona la Ortografía de la RAE: con simples diminutivos (Susanita, Jorgito), por acronimia (Mariví, por María Victoria, o Josema, por José María), por acortamientos (Álex, por Alexandra o Alejandro, o Nico, por Nicolás) o por cambio en la acentuación (Jose, por José).

Hay también otros hipocorísticos que no se asocian directamente con el nombre o que se han formado por otro tipo de formas diminutivas, como Chela (por Marcela), Pancho (por Francisco) o Quique (por Enrique). De hecho, muchos nombres que en un inicio fueron hipocorísticos ya se han convertido en nombres propios, como Malena, Maite, Marisa, etc.

Sin embargo, pese a que la formación de los hipocorísticos depende de la creatividad de cada uno y de las fórmulas que decidamos emplear, la RAE propone algunas reglas generales para este tipo de nombres, de modo que su escritura sea respetuosa con el español. En primer lugar, deben escribirse con i latina los hipocorísticos que terminen con este sonido, como Pili o Dani. También, debe tenerse en cuenta que al formarse un hipocorístico por acronimia, esta nueva palabra deberá regirse a las normas del español, como en el caso de Juampi (Juan Pablo), pues siempre debe escribirse m antes de p, aunque el nombre que lo origine termine con n.


Por último, se menciona que estos nombres deben tildarse de acuerdo con las reglas del español, por ejemplo Analú o Álex. Asimismo, podemos mencionar que si el nombre original termina en s, debe conservarse esta en el diminutivo, por ejemplo Andresito o Inesita. En realidad estas reglas no quitan creatividad o cariño a los hipocorísticos, pero sí los hacen más accesibles y mucho más fraternos con nuestro idioma.