domingo, 29 de abril de 2012

Cuidado con los falsos amigos, lo pueden traicionar


En la gramática, como en la vida, existen los falsos amigos;  se parecen a aquellos que nos dan puñaladas por la espalda, pues pueden hacer que lo que escribimos sea en realidad muy distinto a lo que queremos expresar. Los falsos amigos son aquellas palabras de otras lenguas que suenan muy parecidas a palabras que usamos en español, pero que tienen significados distintos, tan distintos que, si no nos ponemos las pilas, pueden generar una tragedia.
Por ejemplo, uno de los falsos amigos más crueles y devastadores es la palabra inglesa billion, casi igual a nuestra española billón, pero con la cual tiene varios ceros de distancia. Billion, en inglés, significa mil millones; en español, en cambio, significa un millón de millones. En inglés suena lógico decir que hay “six billion people in the world”, es decir, seis mil millones de personas en el mundo; pero sería absurdo hacerle caso a este falso amigo e interpretar la frase como si hubiera ¡seis millones de millones de personas en el mundo! Imagínese usted tremenda sobrepoblación. Algo parecido pasa con el francés décade, que se refiere a un período de diez días, no a diez años como falsamente nos sugeriría nuestro “amigo” (entre décade y década hay aproximadamente 3640 días de diferencia).
Hay muchos otros casos de falsos amigos, como el inglés lyric, que no puede traducirse como lírica sino como letra (de una canción); o el italiano autista, que debe significa conductor o chofer, no persona que padece autismo, o el portugués esquisito, que no significa delicioso sino extraño o raro.  En fin, la lista es larga, tan larga que hay que tener mucho cuidado, aunque en realidad, como en la vida, solo hay que estar atento a las señales y evitar a los falsos amigos.

Pueden encontrar esta columna en la nueva edición de Cartón Piedra

domingo, 22 de abril de 2012

¿Economía lingüística o ley del mínimo esfuerzo?


Spro k ud ntiend lo k stoy scribiend. ¿Lo entendió? Si no lo entendió seguramente pertenece a la generación de los migrantes digitales, que, como yo, aprendieron a redactar los mensajes con palabras completas. Sabemos que uno de los principios para establecer la norma en las lenguas es la economía lingüística: utilizar la menor cantidad de palabras para expresar lo que se quiere decir. Pero, en la actualidad, con los mensajes de texto, ¿se aplica realmente este principio o se recurre a la ley del mínimo esfuerzo? En realidad, es obvio que se trata de pereza lingüística más que de economía, o de una economía tan básica que es capaz de pasar por encima de cualquier norma hasta convertir a la lengua en algo ininteligible.

Es muy distinto hablar de la economía lingüística que aplicamos al acortar algunas palabras que  han llegado a formar parte del español estándar, como cine, tele, bici, foto o trole.  También podemos hablar de economía lingüística cuando evitamos circunloquios o redundancias, como los tan usados volver a repetir o volver a rehacer (recordemos que el prefijo re- significa repetición, por lo tanto con repetir o rehacer nos basta, no es necesario reiterarlo con el verbo volver).  En estos casos, y en otros más, podemos ver cómo la economía no afecta al lenguaje sino que ayuda a ahorrar espacios o palabras sin restarle comprensión al texto.

Recordemos que en nuestro idioma son básicas las vocales, no podemos prescindir de ellas, por lo tanto, escribir q o k en lugar de que, o m e lugar de me, no es modernizar al español sino apocarlo y quitarle su riqueza léxica. Las letras están ahí no solo para ser pronunciadas, también lo están para ser escritas, aunque eso implique gastar en un mensaje más.

Publicado en la revista Cartón Piedra, no dejen de leerla.

De las palabras a los hechos, nueva columna semanal

Desde hoy De las palabras a los hechos se publicará como columna semanal en la revista Cartón Piedra, de diario El Telégrafo. Claro que no por eso este blog desaparecerá, seguiremos aquí y allá. Pueden seguirnos también por Twitter en @palabrasyhechos.