sábado, 24 de noviembre de 2007

Mariposas

Por toda la ciudad anda esta publicidad de una crema: 'Hazlo sentir mariposas otra vez'. Y en la foto una pareja, tan feliz, tan enamorada, ajena a la barbaridad sintáctica que presagia el resurgimiento de la pasión.

En fin, creo que nadie lo nota pero yo sí. El problema está en ese hazlo fatídico. Otra historia sería si en lugar de decir hazlo dijera hazle. A ver, resulta que tanto lo como le con pronombres. Lo que hace un pronombre es reemplazar al nombre cuando este no consta en el enunciado. Claro que depende de qué función cumpla el nombre dentro de la oración para decidir qué pronombre utilizamos. Aquí está tema, pero ahora solo hablaré de le y lo, que son los que me ocupan.

Veamos: la función del pronombre le (y su plural les) es la de reemplazar al nombre cuando es objeto indirecto. Lo (su plural los y los femeninos la y las), en cambio, es el encargado de reemplazar al objeto directo. Entonces, ya con esta especificación, podemos ver dónde está el error de la frase que generó este artículo.

Diseccionemos la oración: Sujeto: tácito, como el verbo es imperativo el sujeto no consta, pero es un tú. El verbo: haz. Objeto directo: mariposas (pues nos preguntamos ¿qué haces sentir a Juan? (supongamos que se llama Juan). Objeto indirecto: el hipotético Juan (¿a quién haces sentir mariposas?). Entonces, el nombre omitido en la oración y que debe ser reemplazado por el pronombre es nuestro hipotético Juan, es decir, el objeto indirecto. Por lo tanto, el pronombre que debe acompañar al verbo es le y no lo. La frase del anuncio de la crema antiarrugas debió ser 'Hazle sentir mariposas otra vez'.

Eso, así de simple. Lástima que tanta simplicidad toque pocas veces a nuestros publicistas.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

El asunto de los tópicos

En inglés, la palabra 'topic' significa tema, asunto. En español, aparte de hacer referencia a un lugar determinado, tópico es una palabra o frase trivializada, convertida en cliché. Es decir, en nuestro idioma, tópico equivale a lugar común.

Gracias (¿?) a la influencia del inglés, es muy común leer o escuchar en el español expresiones como: 'En esta conferencia expondré los siguientes tópicos' o 'Los tópicos que se analizaron en la reunión fueron la educación y la salud'. Quienes las dicen o las escriben probablemente piensen que esa palabrita, 'tópico', da elegancia a sus frases. Falso, totalmente falso. Para quienes no conozcan los matices del idioma pueden sonar elegantes, para quienes sí conocen los vericuetos del español y el engaño de los falsos amigos, las frase será absurda.

Por tratar de parecer 'glamurosos', muchas veces caemos en frases erróneas, usamos palabras equivocadas, traducimos mal lo que leemos. Al contrario, lo que da elegancia a lo que escribimos es precisamente la sencillez, el recurrir a las palabras precisas, a esas de las que dispone nuestro riquísimo español.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Correctores y contenidos

"No debió haber corregido el libro un corrector, sino alguien que además de fijarse en la ortografía y la gramática se fije en lo semántico". Lo escuché hoy, en una reunión y la verdad me preocupó un poco.

¿Cuál es la percepción que se tiene de los correctores? ¿Los correctores son, en efecto, las personas que se fijan únicamente en la ortografía o también van más allá? Veamos, según lo que he escuchado y lo que he preguntado, son muchas y muy variadas las percepciones que se tienen acerca del oficio del corrector. Estas tienen que ver, sobre todo, con la cercanía de quien tenga estas ideas con el oficio de la corrección, ya sea como corrector, como editor o como escritor. Además, tienen que ver con la humildad con la que uno se acerque al hecho de que alguien revise el producto que edita o que escribe.

Por un lado, hay mucha gente consciente de que la labor del corrector es una labor indispensable dentro del proceso global de la edición. Si bien en artículos anteriores me quejé de la poca atención que se nos da, también es necesario hablar de quienes sí nos consideran importantes y necesarios. Pues sí, la labor de un corrector va más allá de fijarse en la gramática y en la ortografía. Es verdad que estos son los dos aspectos que más debe tomar en cuenta quien corrige, pero tampoco debe quedarse en ellos.

Un corrector debe afrontar la obra que revisa desde todos los frentes, asumiéndose, especialmente, no solo como trabajador sino también como lector. Para que un producto editorial pueda ser atractivo para los lectores, debe ser amigable, accesible, y es aquí donde entra el corrector. Un escrito plagado de faltas ortográficas y sintácticas es patético, ilegible; pero también lo es un producto enrevesado, desordenado, contradictorio. El corrector no puede solo alertar sobre errores ortotipográficos si, como lector, lo que está revisando no le resulta legible. Si se encuentra con algún error semántico o de contenido, es su deber y su obligación alertar acerca de eso. Mal haría en realizar únicamente la labor mecánica de 'corrigeortografía' si nota que lo que está leyendo no es amigable para el público.

Muchos artículos se han publicado acerca de hasta dónde llega la injerencia de un corrector dentro de un texto. Es verdad que el corrector no está ahí para 'inmiscuirse' en el contenido, pues para eso está el editor, pero tampoco puede quedarse callado si tiene la oportunidad de alertar acerca de un error terrible que ha hallado y no está 'dentro de su campo laboral'. La última palabra, cierto, siempre la tendrán el editor y el escritor, pero es innegable que gracias a la ayuda de los correctores numerosos escritos se han salvado de contener errores de contenido vergonzosos.

En algún párrafo previo hablé de la humildad. La humildad del escritor y del editor también son fundamentales en la percepción que se tiene de los correctores, pues hay muchos que porque escriben un libro o porque lo editan piensan que no necesitan ser corregidos o revisados. Más que cuestión de humildad, diría que es cuestión de lógica. Cuántas veces no ha sucedido que escribimos algo y por más que lo revisamos no encontramos errores. Siempre es necesario un ojo 'foráneo' que vea lo que hacemos con un criterio objetivo y aquí entra el deber del corrector: es el lector 'de afuera' y su visión objetiva le permite descubrir aquello que no es evidente a los ojos de quien lo escribe y está tan acaramelado con su 'hijo' que lo ve perfecto.

Creo que ya me he extendido demasiado. Como conclusión, solo quiero anotar que hace falta entender un poco que la labor del corrector no es tan limitada como parece, al ser parte de un equipo su labor principal es la de ayudar a que el producto salga bien hecho y debe ayudar en lo que pueda, aunque fundamentalmente su trabajo sea especializado. Y esto no va dirigido solo a los escritores y editores, también se un llamado a los correctores para que no se limiten si encuentran algo que está fuera de 'su campo'.

martes, 6 de noviembre de 2007

Esos lugares comunes

Ay, los lugares comunes, los lugares comunes. No, no hablo de esos sitios en los que confluye mucha gente y por eso se vuelven comunes. Un lugar común, según recoge muy bien el DRAE, es 'una expresión trivial, o ya muy empleada en caso análogo'. es decir. una expresión que de tanto repetir pierde toda su fuerza y todo su valor.

Los discursos, los medios, la publicidad... están plagados de lugares comunes. Por ejemplo, todo se encuentra en la cuerda floja cuando está en problemas. Todo sale a la palestra cuando se hace visible. Todo se entrega a cuentagotas cuando una institución no ha obtenido lo que cree merecer. Todo se está en el ojo de la tormenta cuando es el centro de una discusión. Ninguna mujer debe ser tocada ni con el pétalo de una rosa. Cualquier risa es fresca como un manantial y todas las suegras son unas brujas. Y etc., etc., etc. Podría llenar párrafos y párrafos de lugares comunes.

Cuando un lugar común surge, generalmente es visto como una frase genial, como una metáfora alucinante que nos ahorra muchas palabras y nos convierte en poetas. El problema es que estas frases geniales se trivializan y se vuelven en un recurso fácil para cualquiera que no tenga mucho que decir.

Ludwig Wittgenstein repite en varias ocasiones que el universo de un hombre es exactamente del tamaño de su léxico. Absolutamente cierto. Cuando recurrimos a lugares comunes en nuestro lenguaje, lo único que hacemos es demostrar que nuestro universo es muy pequeño, poco creativo, perezoso, facilista. Probablemente haya pocas cosas que decir, pero hay millones de maneras de decirlas, solo hace falta tomarnos un tiempo y ser originales, pero, ojo, que esa originalidad no nos lleve a manosear el lenguaje hasta vaciarlo.

lunes, 5 de noviembre de 2007

¿Por qué no estamos en la páginas amarillas?

Recordé la publicidad de Páginas amarillas de hace algunos años: en la reunión de directorio el jefe pregunta al subordinado por qué su empresa no está en las páginas amarillas, este pregunta pregunta lo mismo a su subordinado y sigue así la ronda de cuestionamientos hasta que la sirvienta ya no tiene a quien preguntar. Y la respuesta queda en el aire: ¿por qué no estamos en las páginas amarillas?

Los correctores nunca estamos en las páginas amarillas, supongo que a nadie se le ocurrirá recurrir a ellas para buscar alguien que corrija su libro, su informe, cualquier cosa. Hace algún tiempo que me surge otra pregunta: ¿por qué no estamos en los créditos? Sí, señoras y señores, ¿por qué los correctores no estamos en los créditos de los diarios, libros, informes, reportajes, en fin, en los mil productos editoriales que ayudamos a adecentar? Sí, sé que la pregunta es exagerada, a veces sí constamos, pero ese constar no debería ser una excepción a la regla, sino la regla. No es un capricho, es un derecho adquirido.

Ya es bastante el tiempo que llevo luchando (sí, luchando, no exagero) para que mi equipo de corrección conste en los créditos de cada uno de los productos que publica el grupo para el que trabajo. Vamos, en los créditos de todos los productos consta siempre el que es y el que no es, a saber: editores, redactores, colaboradores, conceptor editorial, editor de diseño, maquetadores, infógrafos, fotógrafos, gerentes y distribuidores; de hecho solo faltan el auxiliar de flujo y, claro está, los correctores.

Pero ¿es que la corrección de estilo no participa en el proceso editorial? ¿Acaso los correctores no formamos parte del equipo que publica un producto bien hecho, legible, atractivo? ¿Es que es una vergüenza para los eruditos el que el mundo se entere de que necesitan que alguien corrija sus textos? Preguntas sin respuesta... Oigo los grillos de la prensa formar un coro: cri cri. Nadie dice nada. Simplemente no estamos en los créditos.

Seguramente hay quien piensa que la exigencia, la insistencia (la obsesión, según mis jefes), para que nos incluyan en los créditos de cada producto no es sino una aspiración enfermiza por figurar, por ver nuestros nombres impresos en el olimpo de los hacedores de ediciones. No, yo no lo veo así, yo solo lo veo como la aspiración genuina de que el lector sepa que hay alguien que corrige lo que lee, que lo que ha llegado a sus manos no es un producto descuidado, lanzado al mundo sin la previsión del estilo. Es la necesidad, incluso, de que la gente mi departamento sienta que es parte del equipo que ha hecho realidad el producto, que se sienta parte y haga un mejor trabajo porque ve su nombre ahí, porque es su responsabilidad sacar algo bueno, porque existe.

En fin, para existir todo debe ser nombrado. Nosotros también. Simplemente no basta la satisfacción interna de saber que contribuiste. Eso basta cuando haces una obra social y esto no lo es, es un trabajo, son horas de concentración, son años de aprendizaje, son criterios y son derechos. Los correctores también existimos (como el sur). Allá, en el Olimpo, tampoco notaban la existencia de Hefesto, pero sin sus trabajos, sin sus metales y sus armaduras, ningún guerrero hubiera vencido una batalla.