martes, 30 de octubre de 2007

Intereses editoriales

Esta vez no voy a hablar directamente del español, voy a compatir un sueño.

Como preámbulo (ojo que no he dicho 'previa'), empecé este mes un máster en Edición y una de las primeras preguntas que nos plantearon en un foro (el máster es virtual) fue cuáles son nuestros intereses editoriales. Es decir, hacia dónde vamos a orientar nuestra posible editorial y, sobre todo, nuestro primer catálogo. Una pregunta tenaz, ¿cierto?

Pues resulta que le he dado muchas vueltas porque no tenía del todo claro hacia dónde quería llevar mi negocio editorial. Entonces empecé a soñar... Mi sueño, como futura editora, es acercar a la gente común y corriente al español. Publicar productos buenos, atractivos, agradables, accesibles, que hagan que quienes hablamos español nos sintamos cercanos y responsables por nuestro idioma.

Algo que me llama la atención, tanto cuando doy clases de lenguaje en la universidad como cuando me dedico a mi trabajo de correctora, es el poco respeto y el poco conocimiento que se tiene del idioma. A veces estos 'atrevimientos' no son tanto por ignorancia, sino más bien porque no tomamos conciencia de la cercanía que tenemos con nuestro idioma, de cómo nuestro universo se va configurando gracias a que somos capaces de nombrar las cosas y utilizar el código maravilloso y extensísimo que es el español.

Creo que el asunto, en varias ocasiones, no depende tanto de la gente de a pie; tienen mucha culpa también las instituciones que norman el lenguaje y los maestros, entre otros, simplemente porque, por darse aires de erudicción, han alejado al español de quienes lo hablan, y han convertido sus normas en palabras 'mayores' que no entiende cualquiera.

Mi sueño es que el español esté más cerca de todos, que cualquiera que lo hable se sienta capaz de defenderlo, de construirlo, de amarlo. Podemos simplificar las normas, bajarlas de sus pedestales y lograr que caminen por la calle, que anden de boca en boca, que se discutan, que se conozcan, que se palpen, se saboreen, se entiendan y se amen.

Quizá estoy muy por las nubes al querer formar una editorial que esté ante todo concentrada en el español y en la gente que lo habla, quizá, pero es un sueño, salud por seguir soñando (ya les contaré cómo me va).

lunes, 29 de octubre de 2007

Las comas incómodas

Últimamente, en el diario en el que trabajo ha proliferado una extraña fiebre: omitir los verbos en los titulares y reemplazarlos por comas. De un tiempo acá es muy común encontrarse, sobre todo en la portada, con titulares como: 'El fondo de reserva, listo para los afiliados' o 'Cristina, presidenta'.

Personalmente no me molestan estos signos, lo que de pronto sí me incomoda es la proliferación de ellos en lugar de escribir oraciones completas. Veamos, ¿cuál es la función de la coma en estos títulos? La de reemplazar al verbo que ha sido omitido. Entonces, en lugar de escribir 'El fondo está listo' o 'Cristina fue elegida presidenta', recurrimos a la coma salvadora, pues el espacio para titular generalmente suele ser demasiado pequeño para todo lo que se quiere decir.

Hasta aquí todo bien. Ahora, el problema es que desde varios frentes se elevan voces que sugieren prescindir de esas comas ¡y tampoco poner el verbo! ¡Horror! Es decir, que se escriba 'Cristina presidenta' o 'El fondo de reserva listo'. Sugerencia herética contra las santas normas de nuestro español, a mi modo de ver.

Creo que he repetido hasta el cansancio que actualmente, según lo reconoce la RAE, son los medios los que dictan las normas. La responsabilidad que cae sobre nuestros hombros, como medios de comunicación, es enorme y a la vez muy interesante. Nuestra principal arma es el idioma y por él debemos velar, pues somos los responsables de que se lo respete o se lo pisotee.

Por lo tanto, empezar a darnos licencias como omitir comas donde deben ir o no escribir oraciones completas e inteligibles repercute en la norma que el lector va adoptando. No podemos dejar que la pereza o el facilismo vayan contra nuestra labor de informar y velar por el español, por nuestro español.

sábado, 27 de octubre de 2007

El Día de los Correctores

Alguna vez un amigo me preguntó si había escuchado a algún niño decir que de grande quería ser corrector de textos. Interesante pregunta. Y simple respuesta: no, nunca en mi vida he escuchado a un niño decir que de grande quiere ser corrector. Es más, ni siquiera he escuchado a los universitarios decir que quieren ser correctores. A modo de anécdota, cuando cursaba la licenciatura, a finales del siglo pasado, la universidad tuvo la brillante y visionaria idea, según lo que pienso hoy, de abrir una tecnología en Corrección y nadie, nadie se inscribió porque no considerábamos necesario especializarnos en algo así si éramos duchos en todas las competencias que implicaba la corrección. Y, además, ¿de qué servía tener en el currículum un título en Corrección si nadie sabía lo que era eso? Insensatos, deben haber pensado nuestros visionarios profesores.

En fin, después de todas esas insensateces la vida me fue llevando por caminos extraños, hasta ser precisamente lo que no soñé: correctora. Y lo más paradójico es que aquello que pensé, en mi época universitaria, que no servía para nada es lo que ahora me da de comer y me llena de satisfacciones. Sí, al final descubrí precisamente en la corrección la profesión que me gusta y a la que quiero dedicarme al menos por un tiempo.

Ser correctora, obviamente, no es una tarea fácil. Hay mucha gente que piensa que la tarea de un corrector es simplemente la de poner y quitar comas, encontrar faltas ortográficas, descubrir tildes mal ubicadas y arreglar una que otra oración. Es más, muchos piensan que la labor del corrector puede ser fácilmente reemplazada por la de la computadora. Hay muchos diarios que incluso prescinden de los correctores, por considerarlos un empleo innecesario.

Corregir, para mí, es mucho más que la labor mecánica de descubrir errores. Un corrector es el primer lector de cualquier escrito. Es el que se esfuerza por hacer del producto algo inteligible, digerible y accesible para el público. Y esta no es una labor sencilla, como ya anoté, es una labor de hormiga, es leer con todos los sentidos y no solo leer, es entender y buscar la manera en la que el lector sienta que lo que lee no le es hostil.

Durante los años que llevo en esta profesión me he encontrado con muchas ingratitudes, con jefes que miran al departamento de corrección como la última rueda del coche, con gente que no entiende cuando le dices que eres correctora, con escritores egocéntricos que no aceptan una sugerencia o un cambio. Claro que también me he encontrado con correctores que se toman el oficio como un pasatiempo y hacen cambios innecesarios en los textos o exageran su injerencia en ellos. Sí, me he encontrado con correctores que hacen que una se sienta avergonzada. En fin, de todo hay en la viña del Señor.

Eso, ser corrector es de alguna manera ser muchas veces incomprendido, menospreciado, pero también tiene enormes satisfacciones cuando lees un texto publicado que tú has corregido y sabes que si no hubiera sido por tu ayuda no estaría tan bien hecho. Pocos te dan las gracias o algún crédito, pero lo satisfactorio es ver que eso que estuvo en tus manos salió de ellas mucho mejor.

Hoy, 27 de octubre, es el Día del Corrector. Este día se celebra como recuerdo de Erasmo de Rotterdam, el primer corrector, y fue instaurado por la Fundación Literae hace pocos años. Es probable que pocos sepan que hoy se celebra nuestro día, pero va este homenaje a todos los que piensan que el idioma y su corrección son aún algo importante, algo que dice mucho de quien escribe, algo que habla mucho de lo que se espera de quien lee. Salud, correctores.