sábado, 27 de octubre de 2007

El Día de los Correctores

Alguna vez un amigo me preguntó si había escuchado a algún niño decir que de grande quería ser corrector de textos. Interesante pregunta. Y simple respuesta: no, nunca en mi vida he escuchado a un niño decir que de grande quiere ser corrector. Es más, ni siquiera he escuchado a los universitarios decir que quieren ser correctores. A modo de anécdota, cuando cursaba la licenciatura, a finales del siglo pasado, la universidad tuvo la brillante y visionaria idea, según lo que pienso hoy, de abrir una tecnología en Corrección y nadie, nadie se inscribió porque no considerábamos necesario especializarnos en algo así si éramos duchos en todas las competencias que implicaba la corrección. Y, además, ¿de qué servía tener en el currículum un título en Corrección si nadie sabía lo que era eso? Insensatos, deben haber pensado nuestros visionarios profesores.

En fin, después de todas esas insensateces la vida me fue llevando por caminos extraños, hasta ser precisamente lo que no soñé: correctora. Y lo más paradójico es que aquello que pensé, en mi época universitaria, que no servía para nada es lo que ahora me da de comer y me llena de satisfacciones. Sí, al final descubrí precisamente en la corrección la profesión que me gusta y a la que quiero dedicarme al menos por un tiempo.

Ser correctora, obviamente, no es una tarea fácil. Hay mucha gente que piensa que la tarea de un corrector es simplemente la de poner y quitar comas, encontrar faltas ortográficas, descubrir tildes mal ubicadas y arreglar una que otra oración. Es más, muchos piensan que la labor del corrector puede ser fácilmente reemplazada por la de la computadora. Hay muchos diarios que incluso prescinden de los correctores, por considerarlos un empleo innecesario.

Corregir, para mí, es mucho más que la labor mecánica de descubrir errores. Un corrector es el primer lector de cualquier escrito. Es el que se esfuerza por hacer del producto algo inteligible, digerible y accesible para el público. Y esta no es una labor sencilla, como ya anoté, es una labor de hormiga, es leer con todos los sentidos y no solo leer, es entender y buscar la manera en la que el lector sienta que lo que lee no le es hostil.

Durante los años que llevo en esta profesión me he encontrado con muchas ingratitudes, con jefes que miran al departamento de corrección como la última rueda del coche, con gente que no entiende cuando le dices que eres correctora, con escritores egocéntricos que no aceptan una sugerencia o un cambio. Claro que también me he encontrado con correctores que se toman el oficio como un pasatiempo y hacen cambios innecesarios en los textos o exageran su injerencia en ellos. Sí, me he encontrado con correctores que hacen que una se sienta avergonzada. En fin, de todo hay en la viña del Señor.

Eso, ser corrector es de alguna manera ser muchas veces incomprendido, menospreciado, pero también tiene enormes satisfacciones cuando lees un texto publicado que tú has corregido y sabes que si no hubiera sido por tu ayuda no estaría tan bien hecho. Pocos te dan las gracias o algún crédito, pero lo satisfactorio es ver que eso que estuvo en tus manos salió de ellas mucho mejor.

Hoy, 27 de octubre, es el Día del Corrector. Este día se celebra como recuerdo de Erasmo de Rotterdam, el primer corrector, y fue instaurado por la Fundación Literae hace pocos años. Es probable que pocos sepan que hoy se celebra nuestro día, pero va este homenaje a todos los que piensan que el idioma y su corrección son aún algo importante, algo que dice mucho de quien escribe, algo que habla mucho de lo que se espera de quien lee. Salud, correctores.

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