viernes, 14 de diciembre de 2012

El silencioso oficio de la corrección de textos


Empiezo con una anécdota. Estuve investigando acerca de la situación de los correctores de textos en Ecuador y llamé a varias editoriales para preguntar si contrataban correctores. Al llamar a una editorial de textos escolares y preguntar si me podían informar sobre los correctores, me hicieron esperar en la línea un largo rato: mi pregunta rodaba por la editorial y nadie podía responderla. Por último, una señorita se ofreció a ayudarme. Le pregunté si la editorial contrataba correctores, pero no me entendió. Resulta que ella era la encargada de compras, es decir, la que sabía cuánto costaban los ‘liquid paper’ y todos sus sucedáneos, pero nadie en la editorial, nadie, tenía idea de que existieran correctores de textos.

¿Tiene usted idea de quiénes son o qué hacen los correctores de textos? Si la tiene, perfecto. Si no, le contaré que son esas silenciosas personas que revisan que los textos lleguen sin errores al lector. Un buen corrector, además de manejar el lenguaje en todos sus niveles, debe conocer sobre temas muy variados, pues tendrá que corregir un libro escolar, una tesis, una noticia o un texto legal, lo que sea. También es paciente y piensa con lógica, pues muchas veces debe desentrañar lo que el escritor quiso decir, eso sí, sin tergiversar el contenido y siempre respetando la esencia de los textos. Por todo lo anterior, se dice que la corrección es un oficio imperceptible, pues si está bien hecho nadie lo va a notar.

Esta pequeña columna va por todos los correctores de textos, los buenos por supuesto, los que, al ser el primer filtro entre el autor y el lector, median por una lectura agradable y libre de errores; los que cuidan y respetan el idioma. Y va por los autores, medios y editoriales que están conscientes de la importancia de la corrección de textos y no se conforman con  comprar ‘liquid paper’.

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