martes, 25 de septiembre de 2018

Las dificultades y los retos de los profesionales de la edición

Hace unos días, una exalumna me escribió para pedirme que revisara un texto que había escrito y lo necesitaba de urgencia, “es corto”, me decía, a manera de excusa. También me llamó un señor que necesitaba que alguien corrigiera su ‘librito’, pero me advirtió que no tenía mucho presupuesto; revisé la primera página y tiene más de cincuenta errores. Varias veces me han llamado amigos para pedirme que les enviara cotizaciones para trabajos de edición o corrección y, días más tarde, he descubierto que ellos necesitaban saber cuánto se cobraba porque estaba iniciándose la tarea. Hace poco, una universidad me ofreció un trabajo en el que pagaban menos de la mitad (¡menos de la mitad!) de lo que se paga normalmente a un corrector, resaltando que, aunque son conscientes de que no pagan mucho, el prestigio de trabajar para la institución lo valía. Estas son unas pocas historias con las que me he enfrentado durante las dos décadas que llevo en la corrección y en la edición. Y no solo me pasan a mí ni a los correctores; esto es bastante común entre los profesionales de la edición: editores, traductores, diseñadores, ilustradores, autores, etc.   

Parece que se pensaría que trabajar con un texto, en cualquiera de sus niveles, es solo cuestión de ‘echarle un ojo’, cuando no es así. Cada uno de los profesionales de la edición (de los profesionales, recalco, no de los improvisados) ha tenido que invertir mucho en su carrera. Con inversión me refiero al dinero invertido en estudios formales, en capacitación y en actualización; al tiempo que esto ha demandado, y a todo el trabajo para conseguir experiencia y experticia. Hay esa falsa idea de que corregir, traducir, editar o diseñar son algo así como un ‘pasatiempo’ para nosotros; se cree que si pasas todo el día leyendo o en la computadora ‘haciendo dibujitos’, cinco minutos de revisar un texto son nada. 

Seguramente esas mismas personas no hacen su trabajo gratis. No se atreverían tampoco a pedirle a un cirujano que, ya que abrió el cuerpo del paciente para operar el corazón, les ‘eche un ojo’ al hígado y a los pulmones; o a un arquitecto, que ya que hizo los planos para una casa, de una vez diseñe una bodega sin cobrar más. Creo que hace falta tomar conciencia de que trabajar con textos es igual de importante para nuestra sociedad que trabajar con cualquier otro tipo de objetos. Los libros, y los textos en general, cumplen, casi siempre, una función educativa fundamental para nuestro desarrollo como sociedad; de ahí nuestra importancia.

Sin embargo, a veces esta subvaloración del trabajo de las profesiones relacionadas con la edición no solo surge de afuera, sino de adentro, de los mismos profesionales que no son conscientes de su importancia. Esto genera una competencia desleal que va en detrimento de la valoración de todos sus colegas. Me parece que, ahora más que nunca, es importante que unirse y plantear propuestas conjuntas para que se valoren nuestras profesiones. Es necesario insistir a las universidades y a las instituciones educativas para que se abran opciones de carreras y de capacitación, y también trabajar en equipo para diseñar perfiles profesionales que nos permitan exigir un trato y un pago justo. Hay que valorar nuestras tareas para que nunca, nadie más, confunda ‘echar un ojito’ con trabajar seriamente.

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