domingo, 22 de abril de 2018

El periodismo valiente que no debemos perder de vista


Estos días han sido muy tristes para el periodismo ecuatoriano. La muerte de tres de nuestros compañeros nos demuestra la vulnerabilidad de todo un sistema, en el que la profesión del periodista es aún más vulnerable, por su función de informarnos, de mostrarnos verdades que nos niega la institucionalidad. En esta ocasión, los hechos rebasan a cualquier palabra que pueda decirse, sobre todo porque quienes más trabajan por acercarnos los hechos a las palabras están amenazados. Ya fuimos testigos de estas amenazas durante todos estos años, y, en general, desde siempre, porque el periodismo (el bueno, por supuesto, el que no responde a los intereses de los dueños de los medios) es una profesión incómoda para el poder. Incómoda porque desenmascara, incómoda porque descubre, incómoda porque cuenta. Y el hecho de que en este caso nuestros compañeros hayan sido tomados como moneda de cambio resulta muy grave y doloroso.

Sin embargo, algo igual de grave que la falta de protección y de seriedad de las instituciones me parecen los comentarios desproporcionados que se desencadenaron, muchas veces desde los mismos colegas, desde gente incapaz de darse cuenta de que, si el azar no era benévolo, pudo estar en la misma situación. Desde que ocurrió el secuestro de nuestros compañeros, aparecieron manifestaciones morbosas e insolidarias que tachaban al secuestro de un montaje. Hubo quienes desacreditaron la gravedad del secuestro y se atrevieron a cuestionar que fuera cierto que nuestros compañeros estaban encadenados, con la vida pendiendo de una decisión, con sus familias desesperadas. Con estas actitudes vemos cómo quien debe usar la palabra para construir, informar y guiar lo hace para calumniar, destruir y hacer mucho más dolorosa la realidad. Vemos también cómo las redes sociales, sobre todo, deben ser usadas con cuidado porque se crean hilos llenos de odio y de desinformación.

También vimos cómo circularon sin ninguna muestra de solidaridad las imágenes de nuestros compañeros. Es verdad que la gente necesita informarse, pero no es posible hacerlo mediante el morbo y la insensibilidad. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, y sí, son útiles para develarnos la realidad, pero se vuelven inútiles cuando el fin con el que se las difunde carece de empatía. Pienso, en este punto, en Paúl Rivas, que nos mostró tantas imágenes dolorosas pero que nos condujeron a pensar, a cuestionarnos, a querer cambiar el mundo. Eso es lo que debe hacer la fotografía. No me parece un justo homenaje mostrar todo el tiempo la foto de nuestros compañeros encadenados y, mucho menos, las de sus presuntos cadáveres. Lo único que se logra es que pierdan su valor, que dejen de doler, que se naturalicen; que las imágenes valgan más que la verdadera tragedia. 

El homenaje, sin duda, es seguir trabajando, hacer un periodismo valiente, que informe sin miedo, que devele la realidad, y cree una cadena de respeto, solidaridad, empatía. El homenaje es apoyarse entre todos, no cansarse de contar lo que pasa en el mundo. El homenaje es permanecer en vigilia, estar alertas, exigir seguridad para la profesión y para todos. El homenaje es seguir demostrando la fuerza del periodismo bien hecho. Es usar ese don maravilloso de la palabra y de la imagen para construir un mundo más justo para nuestra generación y las siguientes.


Este artículo se publicó en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo, el 20 de abril de 2018

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