lunes, 19 de febrero de 2018

Los ‘dos Huasipungos’ y la literatura como protesta

La mayoría de veces, cuando leemos un texto literario, pensamos en que este llegó a nuestras manos tal cual fue escrito en un inicio, sin ninguna intervención. Nos imaginamos al autor escribiéndolo sin parar, sin volver atrás, sin dudar, y entregándolo al editor, que, sin demora, lo mandará a impresión, para que lo leamos así, pulcro y original. Sin embargo, en los hechos, la situación no es tan idílica. Para que un texto llegue a nuestras manos, tuvo que pasar por un intenso periplo, lleno de dudas, de reformulaciones y de cambios; incluso muchos, seguramente, corrieron el riesgo de ser abandonados en el cajón o enviados a la papelera de reciclaje. Muy pocas veces el texto que leemos es el original, la idea inicial del autor. Con Huasipungo, la famosa novela de Jorge Icaza, y tal vez la más importante de nuestra literatura, pasó algo curioso en este aspecto.

Icaza publicó por primera vez su novela en 1934, pero la versión que la mayoría de nosotros conoce y ha leído es la de 1953. Podríamos decir que existen ‘dos Huasipungos’, pues la versión de 1953 es bastante distinta de la primera versión. Si bien ambas cuentan la misma historia y conservan la misma esencia, tienen diferencias bastante marcadas. Bien sabemos que la intención de este texto, más allá de la literaria, era ideológica: Icaza quería remover la conciencia de la sociedad de la época. Como el mismo Icaza lo mencionó varias veces, la intención de su novela era protestar contra la injusticia que vivían los indígenas huasipungueros. Y para reforzar esta protesta, para dar a conocer la realidad, revisó su novela y la reformuló en muchos aspectos. La intención del autor, sobre todo, era facilitar la traducción de su novela, para que la realidad pudiera ser conocida en el mundo. Él mismo lo explica en una carta dirigida a Ross Larson en 1965: “Al escribir la novela no creí que ella pudiera tomar un vuelo hacia todas las latitudes del mundo. Mi afán era regional -que sirviera de mensaje y emoción a las gentes de mi pueblo para la resolución de sus problemas-. Pero la dificultad de las traducciones en los giros y en las palabras se hacía cada vez más infranqueable. En tal virtud me vi, casi obligado, a la revisión”.

De esta manera, Icaza intervino en el registro del habla de los indígenas, que en la primera versión era bastante marcado, y, por eso, bastante hermético y presentaba problemas en el momento de traducir. Esta intervención en el habla kichwa no contribuyó a minorizar o a ocultar las expresiones indígenas sino a darles vitalidad. Otra estrategia que usó Icaza, y que me parece muy interesante, fue cambiar numerosos pasajes narrativos por diálogos. Con esta estrategia, Icaza logra dar mayor voz a los indígenas, y acercar más al lector a la realidad de los huasipungueros. El caso de los ‘dos Huasipungos’ es fascinante, pues nos da una pauta de cómo un autor puede intervenir en su propio lenguaje y reformularlo, con intenciones más ideológicas y sociales. La literatura también es una manera de protestar.

Esta columna se publicó en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo, el 16 de febrero de 2018.

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