lunes, 12 de febrero de 2018

El 'activismo' en la lengua: hagamos oír nuestras maneras de hablar


La semana pasada hablé sobre la necesidad de que losusuarios de la lengua intervengamos en ella y no dejemos en manos de otras personas o instituciones esta labor tan importante. Tal vez como hablantes comunes y corrientes, como gente que anda por la calle y cuya voz no es tomada en cuenta en ‘grandes escenarios’, sea difícil lograr que de la noche a la mañana una palabra conste en los diccionarios oficiales o deje de hacerlo, pues bien sabemos que la elaboración de estos dispositivos es compleja, y conlleva largas discusiones, no solo metalingüísticas sino también ideológicas y políticas. Seguramente será complicado que alguno de nosotros, simples hablantes, sea invitado a intervenir y a participar en alguna reunión académica, pero podemos intervenir con gestos pequeños que, a la larga, incluso pueden generar revoluciones.

En la actualidad, gracias a las redes sociales, es mucho más fácil expresar nuestras opiniones acerca de diversos temas, y la lengua es uno de estos. De hecho, nos expresamos mediante la lengua, lo que quiere decir que esta está presente en todos los ámbitos, y la reflexión sobre ella también lo está. Por ejemplo, aquella polémica que levantó la quinta acepción del adjetivo ‘fácil’, sobre la que hablé la semana pasada, surgió de la queja de alguien en Twitter, que luego fue replicada por varias personas. Tal vez la acepción no cambie en el Diccionario de la Lengua Española (DLE), pero por lo menos la polémica está patente, y los usuarios conscientes tratarán de evitar ese uso discriminatorio. De la misma manera, se acercarán a estos dispositivos con mayor conciencia crítica ante la lengua y cómo esta refleja lo que somos como sociedad.

Hace algún tiempo, hubo una campaña en redes sociales, con videos incluidos, que alertaba sobre la acepción de la palabra ‘gitano’, que la definía como ´trapacero’, es decir, alguien que emplea artimañas y trampas para lograr sus objetivos. Esta acepción constaba sin marcas en el diccionario de la RAE, es decir, estaba tan naturalizada que se asumía que ‘gitano’ era sinónimo de ‘trapacero’. Luego de la campaña, se incluyó en el diccionario la precisión ‘usado como despectivo y discriminatorio’. Lo mismo sucedió recientemente, luego de una campaña en change.org para que se incluyera la precisión ‘usado con intención despectiva o discriminatoria’ en la entrada que se refería a ‘sexo débil’ como “conjunto de mujeres”.

Otro ejemplo sobre estas intervenciones de los usuarios en la lengua es la incorporación de la palabra montuvio a la última edición del DLE. Este ecuatorianismo y su única acepción: “campesino de la Costa” fueron incorporados gracias a que algunos académicos de la Costa la solicitaron a la directora de la Academia de la Lengua Ecuatoriana, Susana Cordero. Según Cordero lo comentó en 2014, esta inclusión era necesaria, pues solo constaba ‘montubio’, definida como “dicho de una persona: montaraz, grosera”, que no tenía nada que ver con los campesinos de nuestra Costa. Como vemos, aunque la RAE no nos escuche, se puede recurrir a las academias nacionales, que seguramente son más accesibles y conscientes de los cambios urgentes. Con estos pocos ejemplos, que no son todos afortunadamente, nos podemos dar cuenta de que, como usuarios, se puede hacer algo en lugar de criticar y esperar que otros resuelvan los temas que tienen que ver con nuestra manera de nombrar las cosas. Quizá con el tiempo logremos que las acepciones discriminatorias desaparezcan o, al menos, cuenten con las marcas que nos alerten sobre sus usos.

Esta columna fue publicada en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo, el 9 de febrero de 2018


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