lunes, 5 de marzo de 2018

Lo que nos enseñan las lenguas ancestrales sobre nuestra realidad


Como sabemos, en nuestro país se hablan 14 lenguas ancestrales. De estas, el kichwa cuenta con una mayor cantidad de hablantes: más de 300 mil, según datos del Instituto de Idiomas, Ciencias y SaberesAncestrales de Ecuador de 2016. Le sigue el shuar, con casi 80 mil hablantes. Las lenguas menos habladas son el siapedee, de la nacionalidad épera, con 546 hablantes, y la lengua sápara, de la nacionalidad del mismo nombre, con 559. También cuentan con menos de mil hablantes el baaikoka (611, de la nacionalidad siona) y el paaikoka (689, de la nacionalidad sekoya).

Por la cantidad de hablantes (y también por el peso político de las nacionalidades), el kichwa y el shuar son reconocidas en la Constitución como lenguas oficiales de intercambio intercultural. El resto de lenguas ancestrales son reconocidas como lenguas de intercambio en sus territorios; sin embargo, si sus hablantes quieren, por ejemplo, efectuar trámites deben comunicarse en alguna de las lenguas oficiales de intercambio intercultural, y en español si lo que necesitan es algo más importante. Esto genera que las lenguas ancestrales menos habladas se vayan perdiendo, pues muchos de sus hablantes se ven obligados a migrar y a comunicarse en una lengua que no es su lengua materna. Además, los esfuerzos por revitalizar las lenguas suelen restringirse al espacio en el que estas se hablan, lo que les da (especialmente a aquellas habladas en la Amazonía) un escasísimo espacio de difusión.

En nuestro país existen muy pocos institutos de idiomas ancestrales en los que se dé espacio a las lenguas menos habladas. En general, el idioma más difundido es el kichwa, sobre todo porque, especialmente en los últimos años, sus hablantes han hecho un gran esfuerzo por revitalizar la lengua. Esta lengua ha contado en los últimos años con una especie de ‘bum’, que ojalá se siga extendiendo y contagie a las otras. Del siapedee o del sápara se sabe muy poco, de hecho, seguramente solo nos enteramos de su existencia cuando los medios publican notas de color sobre el Día Internacional de la Lengua Materna, y eso si lo hacen. Y también, aunque suene lapidario, porque a muy pocos les interesa que estas lenguas se pierdan o no, de todas formas nadie las extrañará cuando se vayan. Lo triste, por supuesto, es que cuando se pierde una lengua se pierden miles de conocimientos asociados con ella, se pierde una cultura, se pierde la memoria de los pueblos, de nuestros pueblos.

Quizá con lo globalizado que está el mundo nos interese muy poco aprender una lengua ancestral, pues nos resulta poco práctico e, incluso, inútil. Sin embargo, la verdad es que acercándonos a alguna de ellas podemos entender muchas cosas acerca de nuestra cultura ecuatoriana, de cómo son nuestras relaciones, de por qué somos como somos. Cada una de las lenguas y de las culturas tiene algo que enseñarnos sobre nosotros mismos.


Esta columna se publicó en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo, el 2 de marzo de 2018

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