miércoles, 24 de enero de 2018

'Armonizar las academias'

En varias ocasiones, cuando edito o corrijo textos académicos, suelo encontrarme con dudas acerca de usos lingüísticos y palabras que no constan en los documentos ‘oficiales’ sobre la lengua: neologismos, extranjerismos, resaltes tipográficos, variaciones de género, etc. Lo que sucede es que muchas veces la academia (me refiero a la que reúne a personas dedicadas a la ciencia y a la investigación) no camina al mismo ritmo o por la misma vereda que la otra academia (la que, se supone, norma nuestra lengua). En los textos académicos, sobre todo en los de ciencias sociales, es muy común encontrar palabras que no aún no constan en los diccionarios, que son creadas por sus autores, o son muy específicas de la materia o préstamos de otras lenguas. A veces pienso que uno de los principales objetivos de quienes se dedican a la academia es complicar la vida de quienes editan y corrigen; pero otras veces (sobre todo cuando escribo textos académicos) pienso que la lengua (la normada, por supuesto) queda bastante corta para tanto que se tiene que decir.

Cuando se editan o se corrigen textos, se cuenta, generalmente, con una herramienta fundamental: los manuales y los diccionarios, no solo los referentes a la lengua sino aquellos especializados en las materias específicas con las que se trabaja. Aunque estos manuales y diccionarios sean en muchos casos restrictivos, son un apoyo para enmarcar los textos dentro de un género, de una lengua, de una disciplina, de un estilo; es decir, para darle al lector un texto adecuado a sus necesidades. Estas herramientas ayudan a quienes editamos o corregimos a cumplir nuestro papel de mediadores entre quien escribe y quien lee los textos. Muchas veces, armados con diccionarios y manuales, nos comunicamos con los autores para comentarles sobre un término, para llegar a un acuerdo sobre un uso, para sugerirles una mejor opción. Los autores, al ser los dueños de su texto, tienen la última palabra, y acatan o no las sugerencias. Es aquí donde las academias (la científica y la normativa) suelen tener sus encontronazos o sus ‘romances’, pues algunas veces el texto que norma la lengua no sirve (o no es suficiente) para expresar aquello que quien escribe necesita expresar. Otras veces, claro, los diccionarios y los manuales son la solución perfecta para ese texto que estaba tambaleando y ahogándose entre neologismos y rarezas.

Cuando los diccionarios y los manuales ayudan, todo es tranquilidad y armonía; sin embargo, cuando no son suficientes, aparece la duda y es necesario buscar puntos de equilibrio que salven la adecuación y la coherencia de los textos. Estas últimas son las ocasiones en la que más disfruto mi labor de editora y correctora, pues es un reto ‘armonizar’ las academias. Es ahí cuando es necesario ‘hurgar’ más en la maravilla de la lengua y de la ciencia, buscar de dónde surgen los términos que se acuñan, de dónde los usos, cuáles son las realidades a las que se refieren, evaluar las pertinencias, buscar posibilidades, incluso ayudar a crear. También son una oportunidad para enfrentar a los fantasmas o para derrumbar un poco los mitos, pues suele suceder que las armas con las que cuentas no son suficientes, que las realidades son tan fuertes, tan nuevas o tan inabarcables, que es imposible meterlas en un molde o ponerles un nombre ya existente. 

Es necesario dejar la arrogancia de lado y escuchar al autor, y también, sobre todo, pensar en la persona que leerá el texto, para que no se confunda, para que entienda, para ese mensaje le sirva de algo. Lo bueno de todo esto es que al final se termina comprendiendo que la norma y la ciencia no están reñidas, sino que siempre hay acuerdos entre ambas, que la lengua, en sus maravillosas posibilidades, puede acercar realidades, y ser creativa y efectiva.

Esta columna se publicó el 19 de enero en http://www.cartonpiedra.com.ec/

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente Pilar!
Precisa tu observación: "Es ahí cuando es necesario 'hurgar' más en la maravilla de la lengua y de la ciencia,..."
Abrazo, feliz 2018!