Escribir un diccionario no es una tarea fácil: se requiere
de una infatigable investigación, meticulosidad, un profundo conocimiento del
idioma, tiempo y muchísimo más. El diccionario tiene, además, esa capacidad
casi mágica de hacer existir a las palabras. Muchos de nosotros, seguramente,
hemos rechazado usar alguna palabra por el simple hecho de que no está
registrada en el Diccionario de la Real Academia Española (el DRAE, el
diccionario del español por antonomasia). De hecho, toda casa o institución que
se precie de ‘culta’ debe tener al menos un diccionario en su biblioteca. El
diccionario, en definitiva, es esa obra portentosa que nos sirve para guardar
la memoria y afianzar nuestro sentido de comunidad gracias a la existencia de
las palabras.
Como ya mencioné, escribir un diccionario no es tarea fácil,
pues además se requiere de un equipo considerable que participe en todos los
aspectos de la tarea lexicográfica, desde la investigación de las bases de
datos y los usos, hasta la elaboración de la planta (el documento donde se
registran todos los aspectos del diccionario). Sin embargo, hace más de 50
años, hubo una mujer que emprendió sola la tarea de escribir un diccionario del
español: María Moliner. Y lo hizo sin la
ayuda tecnológica con la que ahora contamos.
Esta mujer española estuvo siempre muy interesada en el uso
del español, fue filóloga y bibliotecaria, y durante muchos años registró en
varias fichas los diversos usos de las palabras. En un principio, ingenuamente,
se propuso la tarea de elaborar un diccionario del uso del español en ‘dos
añitos’, sin embargo, la tarea le llevó tres lustros, hasta que entre 1966 y
1967 se publicó la primera edición del Diccionario del Uso del Español (DUE).
Este diccionario es todavía hoy una referencia del español, y fue ideado por
Moliner como un diccionario descriptivo y no normativo como el DRAE. Como su
nombre lo indica, en él se registran los usos de las palabras, las familias de
estas, además de numerosas anotaciones etimológicas y usuales; es un
diccionario que permite acercarse a los hispanohablantes a su identidad como
miembros de una comunidad, como portadores de una memoria.
Cuando Moliner terminó su diccionario fue presentada como
candidata para ser la primera mujer que ocupara un sillón en la Real Academia
Española; pero, curiosamente, su candidatura
fue rechazada porque no tenía suficientes publicaciones a su haber, como si
escribir un diccionario por cuenta propia durante quince años fuera una tarea
que se emprende todos los días. Definitivamente, María Moliner fue una de
aquellas mujeres que representa un hito, no solo por el hecho de escribir un
diccionario sin un equipo de colaboradores, sino porque esta obra (y su vida)
es un gran referente, no solo lexicográfico, sino de cómo se puede conseguir una meta alejada de
toda norma y de toda institución, sino solo por amor al lenguaje.
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