Uno de los principales retos con los que me enfrento cuando
dicto clases o talleres es con la escritura del párrafo. Parece exageración, y ojalá
fuera así, pero a veces la única expectativa que tengo en relación con mis
estudiantes es que aprendan a escribir un párrafo, simple y decentemente bien
estructurado. Hoy revisaremos algunas
características de este temido elemento básico de todo texto.
El primer problema que suelo encontrar cuando mis
estudiantes escriben ‘párrafos’ es que
se trata de oraciones larguísimas que, con suerte, llevan alguna coma.
Este es el principal error, pues el párrafo es un conjunto de oraciones y, como
sabemos, las oraciones empiezan con una mayúscula y terminan en un punto. Sí,
sé no necesariamente es así, que existen oraciones que dependen de otras o
cumplen funciones similares a otras, que pueden separarse con otros signos o un
conector. Sin embargo, la cuestión es que se abusa de las oraciones
subordinadas y yuxtapuestas, y se escribe un chorizo de ideas que confunden
al lector. Entonces, el primer ‘truco’ para escribir un párrafo es recordar que
es un conjunto de oraciones cortas y concisas.
El segundo problema se relaciona con la manera de juntar
estas oraciones. Si ubicamos las oraciones una junto a otra sin establecer una
relación clara entre ellas, no se trata de un párrafo sino de un telegrama. De
esta manera, para que un párrafo tenga sentido debemos usar conectores que
indiquen al lector qué relación guardan las oraciones, pues estos indican si se
trata de relaciones contraargumentativas, condicionales, causales, etc.
El tercer problema tiene que ver con el pensamiento errado
de que un párrafo está mejor escrito si logra abarcar la mayor cantidad de
ideas. En realidad no es así: cada párrafo debe desarrollar una sola idea, que se
expresa en la oración principal. El resto de oraciones solo apoya a esta
oración principal y no aporta nuevas ideas. Quizá, a lo mucho, se recomienda
escribir una oración que anticipe lo que encontraremos en el siguiente párrafo,
nada más.
Estas son las principales dificultades que suelo encontrar,
no solo en estudiantes de pregrado sino en todos los niveles. Quizá el problema
esté ligado a la idea de que somos más geniales si somos más ‘labiosos’, cuando
en realidad el éxito está en expresarnos claramente, con las palabras
suficientes y sin aspavientos.
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