Cuando dicto cursos de redacción o de corrección, o asisto a
seminarios sobre la lengua, es frecuente encontrar grandes desniveles entre
profesionales que deberían tener una alta competencia gramatical y lingüística.
Se trata de profesores de lengua, correctores, editores, escritores e incluso
investigadores que, en muchas ocasiones, no saben ni siquiera estructurar un
párrafo o reconocer los elementos de un enunciado. Varios han estudiado alguna
carrera relacionada con la lengua y viven de ella, pero les resulta complicado
explicar un concepto con palabras distintas a las que constan en los manuales.
Se les dificulta establecer una reflexión metalingüística, y esto me parece muy
preocupante; pues si quienes enseñan lengua no están capacitados, ¿cómo
aprenden las generaciones que están a nuestro cargo?
Creo que hay dos problemas principales. Uno está relacionado
con la manera de aprender lengua (y, por lo tanto, de enseñarla) y el otro es
la falta de actualización de los profesionales. En relación con el primer
problema, aun en la actualidad se tiende a enseñar lengua de una manera
memorística. Los estudiantes memorizan, por ejemplo, todos los tipos de hiato y
de diptongo que existen, pero no saben cómo definirlos sin la ‘polla’. Pueden
memorizar las preposiciones, y repetirlas al revés y al derecho, pero no
entienden la función que cumplen en la oración. Todo es memoria sin reflexión.
Para que los estudiantes entiendan bien el funcionamiento de la lengua, es
necesario reflexionar acerca de ella, establecer analogías, comprender el orden
de los elementos, atreverse a jugar, a experimentar, darse cuenta de que ella
está implicada en todas las materias y en todas nuestras realidades.
Lamentablemente, los mismos maestros no reflexionan acerca de la lengua y la
enseñan de memoria, como ellos mismos aprendieron en su tiempo.
El problema de la actualización se relaciona con el
anterior. Existe la tendencia a aprender y a enseñar de memoria, y a quedarse en
la zona de confort de los conceptos memorizados. He escuchado de profesores que
no conocen las ‘nuevas’ reglas de acentuación de la RAE (pongo nuevas entre
comillas, pues se establecieron en 2010). Muchos no saben nombrar a los
elementos de los enunciados. Algunos recurren a diccionarios o a gramáticas del
siglo pasado. Varios de ellos no pueden leer un diccionario. La mayoría no se
atreve a preguntar a los pares y, mucho menos, a entrar a foros virtuales donde
se resuelven las dudas más sorprendentes. Es verdad que a Ecuador no llegan
muchos de los textos indispensables de consulta, o que estos resultan caros,
pero esa no es una excusa válida. Se puede consultar de todo en la web o acudir
a bibliotecas que cuentan con el material necesario. La dificultad de acceso no
es un pretexto para no actualizarse, al menos si se piensa que no solo se está
instruyendo a los estudiantes para que enumeren las preposiciones, sino para
que sean competentes en el uso de la lengua, y para que esta competencia los
convierta en ciudadanos reflexivos y curiosos.
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