En los últimos meses, sobre todo, han tomado fuerza las luchas
por cuestiones relacionadas con el género. La lengua no se queda fuera de estas
demandas y de las discusiones que suscitan. Como sabemos, el masculino es el
género marcado en el español: se usa para referirse a una colectividad en la
que se incluyen elementos de ambos géneros, incluso cuando existe una mayoría
femenina. Esto no significa que sea un idioma machista. Hay que dejar en claro
que las lenguas, en su esencia, no tienen una ideología; sin embargo, quienes
sí la tienen somos sus usuarios y dotamos a los usos de diversas
características.
El hecho de que el masculino sea el género marcado responde
a cuestiones históricas de la lengua misma, relacionadas con sus procesos
‘genealógicos’ y evolutivos. Obviamente, estos van de la mano con los cambios
que se operan en las sociedades usuarias, y no podemos negar que nuestras
sociedades han sido históricamente patriarcales, machistas, racistas,
heteronormativas, etc. Si bien la lengua en sí no es machista, ni racista ni
clasista, los usos que se le han dado lo son, por eso, si queremos cambiar a
las sociedades también debemos procurar que los procesos lingüísticos vayan de
la mano. Estos procesos son mucho más lentos, porque para hacer cambios
estructurales en la lengua, es necesario que se obren cambios estructurales en
la sociedad, y que estos tengan cierto grado de sedimentación y alcancen las
conciencias de las mayorías.
Sin embargo, debe empezarse por algo, y creo que lo que
vemos desde hace algunos años en relación con la lengua es una semilla que poco
a poco irá dando frutos. Hemos visto cómo, desde la lengua, se han intentado
establecer parámetros de visibilización de los diversos géneros. Entre estas
propuestas se encuentra el desdoblamiento de géneros; por ejemplo, decir ‘todos
los ciudadanos y todas las ciudadanas’, ‘los niños y las niñas’, etc. Si bien
esta es una opción muy usada, y la más difundida, presenta problemas en
relación con la concordancia, pues llega un momento en que el desdoblamiento
resulta engorroso y los enunciados no pueden mantenerse.
También existe la propuesta de usar el femenino como género
no marcado en lugar del masculino o en el caso de que la mayoría de elementos
de la colectividad sea femenino. Esta, por ejemplo, ha sido la propuesta para
nombrar al Consejo de Ministros de España, compuesto por una mayoría de
mujeres. Se propone que se lo llame Consejo de Ministras, aunque existan
hombres también en el grupo. Esta propuesta es interesante, y las respuestas
(incluida la de la RAE) evidenciam cómo nuestra sociedad machista no está
preparada para los cambios.
Asimismo, hay propuestas que incluyen el uso de la arroba
(@), de la x o de la e en lugar de la marca de género. Creo
que la arroba y la x no son una opción que podría sedimentarse, pues se trata
de elementos que no calzan fonológicamente. Sin embargo, usar la e como marcador de género neutro es una
opción que puede llegar a funcionar en nuestra lengua (que me perdonen los ortodoxos).
Lo cierto es que es necesario cambiar los paradigmas y ver más allá; es urgente
ser creativos y llevar las luchas hacia todos los campos que las implican. No
se trata de modas pasajeras ni de caprichos, se trata de cambios en la forma de
vernos y de asumirnos como individuos y como sociedad. Hay que dejar que los
cambios de una manera ordenada, pensada, asumida. El camino es largo, pero
existe la semilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario