La semana pasada, en Quito, se llevó a cabo en la
Universidad Católica (PUCE) la 51 edición de la Feria del Libro. Esta es, tal
vez, una de las ferias más antiguas de nuestro país. En ella se efectuaron
varias mesas de discusión, presentaciones de libros, entrevistas, talleres y
mucho más. Estuvieron presentes varias editoriales y librerías, independientes
y sobre todo de la ciudad. Fue una fiesta, como tiene que ser toda feria que
celebre al libro y a la lectura. Afortunadamente, esta no es la única feria ni
la única ventana que se abre para las letras en nuestro país. Cada vez son más
las iniciativas que impulsan el que se discuta y se comparta acerca de las
diversas labores que rodean al libro. Aunque, todavía, sigue tratándose de
espacios y de proyectos que cuentan con poca difusión y un público acotado.
Durante los últimos años, se han fortalecido las ferias del
libro organizadas por universidades, entre las que se destacan la mencionada de
la PUCE o la Libre Libro de la Universidad de las Artes. Y también han ganado
fuerza aquellas regionales organizadas por iniciativa gubernamental o privada,
como las de Quito y de Guayaquil. Asimismo, ha aumentado la oferta editorial,
sobre todo de editoriales literarias independientes y universitarias. Hay una
oferta muy amplia de libros, algunos de muy buena calidad en cuanto a contenido
como a presentación. Igualmente, se abren nuevas librerías y centros culturales
que apuestan por brindar espacios alternativos, que promueven debates,
talleres, incluso micrófonos abiertos para que el que quiera comparta sus
creaciones. Sin embargo, aunque estos espacios proliferan, no convocan a un
público masivo, pues parece que todavía se cree que la cultura está reservada a
‘las personas de letras’.
Esto se debe, sobre todo, a que la difusión de estos
espacios se da por el boca a boca. Salvo las grandes ferias o las grandes
editoriales, que cuentan con un presupuesto para difusión, la mayoría de
iniciativas se difunden apenas por redes sociales o cuentan, si tienen suerte,
con un espacio diminuto e insuficiente en los medios masivos. Parece que si
bien la oferta aumenta, no encuentra un impulso. Una muestra de esto es que el
círculo se restringe casi siempre a los mismos nombres y a los mismos autores y
actores, o quizá a grupos pequeños de ‘habitúes’, lo que convierte a muchas
iniciativas en fuegos que se apagan con facilidad. Hace falta una mayor
difusión y un compromiso desinteresado de quienes están a cargo de los grandes
espacios para hacerse eco de iniciativas que contribuyen al crecimiento como
sociedad.
Deben darse a conocer las iniciativas, crear asociaciones de
actores culturales que puedan llegar a espacios más grandes, dejar de lado el
ego y abrirse a otras manifestaciones enriquecedoras y válidas. También es
necesario que se abran espacios de creación, como talleres y concursos para que
los interesados puedan participar sin miedo. Debemos hacer esfuerzos para que
los buenos ejemplos se difundan porque una sociedad sin arte, sin espacios
culturales, sin creatividad y sin memoria camina en círculos y no va a ninguna
parte.
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