domingo, 22 de abril de 2018

Ethos, pathos y logos, los secretos de la persuasión


En la retórica aristotélica, que es una de las grandes bases de la argumentación, se plantea que existen tres pruebas para establecer la validez de un argumento: el ethos, el pathos y el logos. El ethos se refiere a cómo se presenta en enunciador del discurso; o sea, todo lo que nos dice de sí mismo, tanto mediante de lo que muestra como de aquello que enuncia. El pathos se refiere a las emociones, a cómo el enunciador logra ‘empatar’ con la audiencia. El logos, en cambio, tiene que ver con el discurso mismo, con la forma de argumentar para que el público apoye la idea de enunciador. Todos estos estamentos han sido tratados ampliamente en el estudio de la argumentación. Aunque no nos demos cuenta, se aplican, en diversas medidas, en cada uno de los discursos que damos, en cada una de las ocasiones en las que intentamos persuadir de algo. No es necesario que se trate de grandes discursos, pueden ser situaciones simples como elegir un lugar donde comer o pedir vacaciones.

El ethos se manifiesta en la persona de quien enuncia el discurso, en la posición que adopta para argumentar, en el lugar desde el que se ubica, siempre pensando en la intención del discurso. Esta persona se apoya en lo que ya se conoce sobre ella, en sus cualidades morales, profesionales, personales. También se apoya en lo que muestra, en su forma de hablar, sus gestos, el modo de presentarse, de dirigirse al público, en su timbre de voz. Para que el mundo ‘éthico’ del enunciador sea convincente, aquello que muestra, lo que dice y lo que es debe concordar perfectamente. Por ejemplo, si alguien a quien se le han demostrado actos de corrupción (ethos mostrado) se presenta como una persona honesta en su discurso (ethos dicho), este carece de coherencia, el argumento no funciona. Cuando se recurre al ethos hay que generar credibilidad; aunque el carisma juegue un papel importante, si el enunciador es carismático pero no convincente, no logrará persuadir a la audiencia.

En relación con el pathos, lo que se pone en juego son las emociones. El enunciador intenta persuadir poniéndose en el lugar del público, generando empatía.  Si el ethos se enfoca en el enunciador, el pathos se enfoca en la audiencia. Es el enunciador el que se pone en los pies de quien lo escucha, el que lo entiende, el que es capaz de resolver sus problemas. El pathos no deja indiferente a la audiencia, puede generar ira, tristeza, solidaridad, compasión, etc. Pero, sobre todo, es importante mostrarse como uno más; por esto, precisamente, los discursos populistas logran calar tan hondo en las audiencias.

El logos, en cambio, tiene que ver con la lógica del argumento, con su estructura, con cómo está construido el discurso para que sea entendido por el público. Para convencer por el logos, el discurso debe ser sencillo, contundente, coherente. No basta con que el enunciador se ponga en los pies del público, aquí es importante que lo que se transmita cale en quien escucha; que cuando se le pregunte sobre qué se trató el discurso, quien lo ha escuchado sepa responder. Como vemos, ethos, pathos y logos están relacionados dentro de los discursos. Por supuesto que unas veces tiene más fuerza uno que otro, pero quien domina el arte de persuadir debe poner atención en estos tres aspectos, que, pese a su antigüedad, no han dejado de estar vigentes.

Este artículo se publicó en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo, el 14 de abril de 2018.

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