Como sabemos, en nuestro país se hablan 14 lenguas
ancestrales. De estas, el kichwa cuenta con una mayor cantidad de hablantes:
más de 300 mil, según datos del Instituto de Idiomas, Ciencias y SaberesAncestrales de Ecuador de 2016. Le sigue el shuar, con casi 80 mil hablantes.
Las lenguas menos habladas son el siapedee, de la nacionalidad épera, con 546
hablantes, y la lengua sápara, de la nacionalidad del mismo nombre, con 559. También
cuentan con menos de mil hablantes el baaikoka (611, de la nacionalidad siona)
y el paaikoka (689, de la nacionalidad sekoya).
Por la cantidad de hablantes (y también por el peso político
de las nacionalidades), el kichwa y el shuar son reconocidas en la Constitución
como lenguas oficiales de intercambio intercultural. El resto de lenguas
ancestrales son reconocidas como lenguas de intercambio en sus territorios; sin
embargo, si sus hablantes quieren, por ejemplo, efectuar trámites deben
comunicarse en alguna de las lenguas oficiales de intercambio intercultural, y
en español si lo que necesitan es algo más importante. Esto genera que las
lenguas ancestrales menos habladas se vayan perdiendo, pues muchos de sus
hablantes se ven obligados a migrar y a comunicarse en una lengua que no es su
lengua materna. Además, los esfuerzos por revitalizar las lenguas suelen restringirse
al espacio en el que estas se hablan, lo que les da (especialmente a aquellas
habladas en la Amazonía) un escasísimo espacio de difusión.
En nuestro país existen muy pocos institutos de idiomas
ancestrales en los que se dé espacio a las lenguas menos habladas. En general,
el idioma más difundido es el kichwa, sobre todo porque, especialmente en los
últimos años, sus hablantes han hecho un gran esfuerzo por revitalizar la
lengua. Esta lengua ha contado en los últimos años con una especie de ‘bum’,
que ojalá se siga extendiendo y contagie a las otras. Del siapedee o del sápara
se sabe muy poco, de hecho, seguramente solo nos enteramos de su existencia
cuando los medios publican notas de color sobre el Día Internacional de la
Lengua Materna, y eso si lo hacen. Y también, aunque suene lapidario, porque a
muy pocos les interesa que estas lenguas se pierdan o no, de todas formas nadie
las extrañará cuando se vayan. Lo triste, por supuesto, es que cuando se pierde
una lengua se pierden miles de conocimientos asociados con ella, se pierde una
cultura, se pierde la memoria de los pueblos, de nuestros pueblos.
Quizá con lo globalizado que está el mundo nos interese muy
poco aprender una lengua ancestral, pues nos resulta poco práctico e, incluso,
inútil. Sin embargo, la verdad es que acercándonos a alguna de ellas podemos
entender muchas cosas acerca de nuestra cultura ecuatoriana, de cómo son nuestras
relaciones, de por qué somos como somos. Cada una de las lenguas y de las
culturas tiene algo que enseñarnos sobre nosotros mismos.
Esta columna se publicó en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo, el 2 de marzo de 2018
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