En 1999, la Unesco declaró que el 21 de febrero sería el DíaInternacional de la Lengua Materna, y en 2007 esta decisión recibió el
beneplácito de la Asamblea General de la ONU. Generalmente, cuando pensamos en
la lengua materna, se nos vienen a la mente las lenguas indígenas o aquellas
que están en peligro de desaparecer; sin embargo, con lengua materna no nos
referimos solamente a estas (que reciben mayor atención en este día por su
vulnerabilidad), sino a todas aquellas que los hablantes del mundo tenemos como
lengua principal. La lengua materna se nos transmite por medio de la familia, es
la primera que hablamos, y aquella con la que construimos el mundo y adquirimos
habilidades lingüísticas y culturales. Para la mayoría de ecuatorianos, la
lengua materna es el español, y para los integrantes de las diversas
nacionalidades indígenas lo es la lengua de su nacionalidad, pues es mediante
ella que han aprendido a reconocer el mundo.
Sin embargo, con las lenguas pasa lo mismo que con las
familias. Aunque nos reconozcamos hijos de nuestros progenitores y llevemos su
apellido, tenemos rasgos que cuentan una historia que viene de mucho más atrás.
Somos la conjunción de varias historias, tenemos varios rasgos que nos asemejan
incluso a parientes lejanos. Nuestra historia va más allá de la familia
nuclear. Con las lenguas pasa lo mismo: aunque nuestra lengua materna sea el
español, el kichwa, el shuar, el guaraní o el aimara, hay una historia detrás
que nos habla de innumerables maternidades. Para que nuestra lengua materna se
haya convertido en lo que es, ha tenido que pasar por un largo proceso en el
que han intervenido otras lenguas maternas cuyos rasgos persisten en el tiempo,
y que a veces ignoramos.
El español, por ejemplo, antes de consolidarse y obtener su
nombre, se nutrió de muchas ‘madres’, como el latín o los dialectos mozárabes,
que a la vez se nutrieron de muchas otras lenguas maternas. Cuando esta lengua
llegó a América, se nutrió de las lenguas que ya existían en el continente. En
el caso del español del Ecuador, la principal fuente americana fue el kichwa.
En otros países recibió influencia de otras lenguas. Esto hace que, aunque en
la mayoría de América se hable español, la variante materna sea distinta, pues
esta maternidad lingüística influye en la maternidad cultural. Asimismo, los
idiomas vernáculos de América también se nutrieron de otros que existían antes.
Y muchos rasgos de estas lenguas persisten aún en nuestra lengua materna,
aunque solo se trate de topónimos o algunos rasgos de cuya procedencia nunca
nos hemos preguntado.
La historia de las lenguas es fascinante, y más fascinante
aún es saber que en este proceso histórico ha habido muchas madres que nos han
heredado su cultura, sus rasgos, su modo de ver el mundo y comunicarnos. Cuando
pensamos en lenguas madres, no debemos quedarnos en lo superficial, sino
agradecer y valorar aquel proceso del que vienen nuestras palabras y nuestras
maneras de nombrar el mundo.
Esta columna se publicó el 23 de febrero en la revista CartóNPiedra, de diario El Telégrafo.
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