El verbo inmigrar significa llegar a otro lugar distinto al
de origen para establecerse en él. Tal como sucede con las personas, y
precisamente por ellas, muchas palabras también cumplen su proceso migratorio,
pues salen de su idioma original para establecerse en otros, unas veces con el
mismo significado y con la misma grafía, y otras veces con adaptaciones que les
permiten instalarse en su nuevo hogar.
En la variante ecuatoriana del español quizá el idioma que
más se ha adaptado ha sido el quichua, pues se han tomado muchas palabras de
esta lengua como propias de nuestro español, sin que dejen de ser quichuas,
obviamente. La cuestión es que el quichua y el español conviven sin ningún
problema en nuestro lenguaje, sobre todo en el de la Sierra, pese a que muchas
de esas palabras no estén presentes en los diccionarios oficiales. La semana
pasada revisamos algunas de esas palabras, ahora veremos otras. Tenemos, por
ejemplo, el adjetivo llucho (desnudo), que procede el quichua lluchu. De hecho, hasta utilizamos el
verbo enllucharse, ya adaptado como verbo pronominal.
Otra palabra es carishina (de cari: hombre, y shina:
así), referido a la mujer inexperta en los quehaceres domésticos. También podemos
encontrar curuchupa (de curu: gusano
y chupa: rabo), que se refiere
despectivamente a las personas demasiado apegadas a la tradición y a la
Iglesia. Y en esa misma ‘onda’ despectiva está shunsho (de shunshu: tonto), que tiene el mismo significado que en el quichua.
Es interesante ver cómo muchas palabras quichuas se han
establecido en nuestra variante del español, ya sea puras o adaptadas, con
tanta fuerza que es innegable admitir que están dentro de nuestro ADN
lingüístico, siempre vigentes, útiles y maravillosas, sin que ningún proceso
histórico haya logrado disminuirlas.
Pueden encontrar esta columna en Cartón Piedra.
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