Como todos saben, hace poco fue presentado el nuevo Diccionario de la Lengua Española (DLE). La presentación de esta nueva edición,
la vigésima tercera, ha generado críticas a la Real Academia Española y a todas
sus asociadas. Las quejas también ‘llovieron’ cuando, en 2010, la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) presentó la nueva Ortografía y la nueva
Gramática. Estas críticas apuntan, sobre todo, al hecho de que exista una
institución que nos diga cómo tenemos que hablar y que decida, sin consultar a
los usuarios, cuál es el español correcto y cuál no, y, para colmo, incluya
palabras que solo se usan en algún lugar y no en otro, e ignore aquellas que
caminan junto a nosotros todos los días.
Empezaré por decir que es verdad que muchas veces la RAE ha
caído en la idea errada de que el español de España es el mejor y el que debe
regir al resto. Incluso ha dado paso en sus diccionarios (incluso en los más
modernos) a palabras que solo se usan en determinadas regiones de España y que
no son, para nada, representativas del español, que es la lengua materna de 470
millones de personas, según los datos del Instituto Cervantes de 2014. Es
verdad que durante mucho tiempo se ignoraron (espero que ingenuamente) las
variantes del español de este lado del mundo, pero también es verdad que es
cada vez más evidente la presencia de nuestras variantes en las obras
académicas.
Se critica mucho a las academias de la lengua, especialmente
a la RAE por ‘decirnos cómo debemos hablar’, cuando en realidad no es así. Las
obras académicas no surgen de la nada, no están antes que el lenguaje, no
crearon nuestra lengua. Las obras académicas están ahí para servirnos de
referencia y para darnos pautas de cómo podemos encauzar nuestro idioma compartido
para generar una comunicación fluida entre sus usuarios. Si bien la tradición
ha apuntado hacia el ‘hispanocentrismo’ (el español de España como la variante
a la que deben regirse las otras), en la actualidad no es así. Y esto ya no es
así porque actualmente todas las academias del español trabajan hombro con
hombro. Además, es importante que desterremos aquella idea de que solo lo que
está en el diccionario de la RAE o en las obras académicas existe y es lo
correcto.
Las academias de la lengua se encargan, como dije, de
encauzar nuestro idioma común, de darle cierto ‘estándar’ que permita que todos
sus usuarios se comuniquen. Y esa lengua estándar es la que uno encuentra (o
debe encontrar) en las obras académicas, es ese lenguaje que los usuarios del
español tenemos en común. Por otro lado, debemos entender que la labor de un
diccionario es compilar aquellas
palabras que se usan en un idioma, no es obligación que digamos ‘amigovio’ (una
de las palabras incorporadas en el DLE) si no es de nuestra competencia ni
seremos crucificados por atentar contra el buen español si preferimos el
chuchaqui a la resaca. Me parece que hay cosas más importantes que criticar a
las academias, y una de esas es cuidar y amar nuestro idioma común.
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